El Heraldo
Opinión

Hijo de tigre

Parece mentira, pero cada día está más difundida la creencia de que las Guerras Médicas se libraron con estetoscopios, pinzas y bisturís, y todo a causa de un desacuerdo conceptual entre los furiosos seguidores de la escuela médica de Galeno contra los de Hipócrates, a quienes también acusaban de decir una cosa de frente y, por la espalda, otra. Pero hoy sabemos bien que las Guerras Médicas se libraron fue entre los griegos y los persas, donde la estrella vencedora de Atenas fue el astuto Temístocles. Sin embargo, aunque venció a Darío el Grande, en su propia casa Temístocles tenía la batalla perdida con su mujer y su malcriado hijo Diofanto. Según cuenta Plutarco, Diofanto decía que “lo que él quería era aprobado por el pueblo ateniense. Pues lo que él quería, también lo quería su madre; y lo que quería su madre, también lo quería Temístocles; y lo que quería Temístocles, también lo querían todos los atenienses”. 

No siempre el hijo de tigre sale pintado. Y eso que, en la jungla, si a un tigre le salen los hijos negros como la pantera, o a la pantera le salen rubios y melenudos como el león, y al león le salen calvos, bocones y orejones como el chimpancé… ahí sí tendríamos un problema bestial… Pero entre los humanos las semejanzas filiales tienen sus límites y sus traiciones. Por más amor y educación que reciban, si los hijos quieren salir malos, salen malos y punto. A veces el padre lo merece, como Domicio Enobarbo, que dijo que “de la unión de Agripina y yo solo puede salir un monstruo”, y les nació Nerón. Pero también se sabe de padres correctísimos y amorosos que cargan con esa misma cruz. 

El rey Lear tuvo la torpeza de repartir en vida su herencia entre sus tres hijas, y según el amor que le proclamaran. Gonerila dijo que lo amaba “más que a la luz de mis ojos, que al espacio y que a la libertad”. Regania declaró que “únicamente soy feliz con el amor de vuestra estimada Alteza”. En cambio, Cordelia, sincera y pudorosa, solo dijo que lo amaba como era “su deber de hija”, y por eso el rey la desheredó. Pero las dos mayores, apenas heredaron, le desgraciaron la vida al padre: no querían recibirlo y ahora decían que estaba chocho, enfermo, en malas compañías, loco y, al final, lo echaron como un perro. Por el contrario, fue la pobre Cordelia quien entonces dio su vida por salvarlo. Parafraseando a Diomedes: “No es decir Papá, yo te quiero, por lanzar palabras, que el viento llevó…”.     

El tigre ha de preocuparse por heredarle unas rayas honestas y sin tachas a sus tigrillos. Pero, al crecer, son los tigrillos quienes tienen que hacerse merecedores de las rayas de su buen padre. 

Los 17 hermanos míos de seguro pensarán que esto ahora yo lo escribo para que, si papá mañana se gana la lotería, a mí me deje más. No es así, además él ya sabe que yo lo quiero con palabras aún más bonitas que todas las de Gonerila y Regania, pero con el corazón sano y sincero de Cordelia. 

“Sapo, este hijo es tuyo, en la cara se parece ti”. 

¡Feliz Día del Padre! 

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