La semana pasada los barranquilleros nos enteramos, con gran asombro y profunda tristeza, que nuestro majestuoso río Magdalena había depositado en las playas de Puerto Colombia más de 600 toneladas de basura, contaminando cerca de 18 kilómetros de litoral del departamento. Esa gran masa se movía frente a los balnearios como una “isla” de desechos conformada por troncos y residuos inorgánicos entre los que se podían distinguir, incluso, electrodomésticos. La deforestación en las riveras y la poca conciencia ecológica de algunos habitantes río arriba ocasionaron el fenómeno.
Tan importante como la basura que nos trajo el río en forma de “isla”, es la contaminación que no vemos y que desde hace años se deposita en nuestro suelo y en los organismos vivos que entran en contacto con su agua.
La cuenca del Magdalena ocupa un 24% del territorio colombiano y en ella se encuentran 11 departamentos, donde vive un poco más del 70% de la población colombiana, produciendo cerca del 80% de su producto interno bruto. Esta preponderancia en la realidad económica y demográfica nacional tiene su precio para el río. Actividades como la producción industrial o la minería ilegal contaminan con metales pesados el agua y si bien, por su gran caudal, estos terminan diluyéndose hasta niveles aparentemente seguros para los seres humanos, poco se ha estudiado el impacto en el entorno de contener esta agua en pozos o lagunas, o de cómo nos afecta el consumo de animales crónicamente expuestos a ella.
La contaminación biológica es un problema ancestral del río. Muchos de los municipios ubicados en su cuenca hacen vertimiento de aguas residuales domésticas sin tratamiento o inadecuadamente tratadas. En muchos municipios de la Ciénaga Grande de Santa Marta es frecuente la aparición de picos epidémicos de enfermedades asociadas a la contaminación del agua. Al respecto, el Índice de Calidad Ambiental Marina – ICAM, relaciona y pondera variables físicas y químicas para clasificar entre 0 % (pésima calidad) y 100 % (óptima calidad) las características de las aguas marinas para la preservación de la flora y fauna presentes en ella. Este índice ha mostrado que ocasionalmente en algunas zonas costeras del departamento del Atlántico las concentraciones de microorganismos en el agua alcanzan niveles que las clasifican como no aptas para uso recreativo por contacto primario (natación y buceo libre), reflejando de manera indirecta el impacto de la descarga de un río biológicamente contaminado.
El río también está afectado por los llamados contaminantes emergentes. Los pesticidas, las hormonas y los antibióticos pertenecen a este grupo. Estas sustancias son potencialmente nocivas para la salud y el medio ambiente, y a la fecha su monitoreo está escasamente regulado. El glifosato es un contaminante emergente, su uso indiscriminado con aspersión en la gran cuenca del Magdalena podría generar efectos indeseables en los organismos que vivimos cauce abajo.
Ahora que Barranquilla vuelve a interactuar con su río, recibiéndolo como se merece después de su largo recorrido por el país, se torna indispensable que como ciudadanía participemos en su cuidado. Intervenir en los debates nacionales que buscan preservar y mejorar la calidad de su agua es un compromiso ineludible que tenemos como sociedad.
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