Hace una semana, mientras ingresaba por primera vez al estadio de béisbol Édgar Rentería, después de la foto al lado de su estatua, recordaba algunos de sus promedios: 140 jonrones, 2.327 hits, .286 de porcentaje de bateo, 2 guantes de oro, 3 bates de plata, MVP 2010 y la medio pendejadita de igualar a los monstruos Yogi Berra, Joe DiMaggio, y Lou Gehrig, en batear el hit ganador en dos series mundiales.
¡Cosa más grande en la vida, chico! Mis respetos y agradecimiento a este pelotero que nos brindó las emociones que se pueden despertar cuando un beisbolista colombiano es el gestor del triunfo en una serie de béisbol en Estados Unidos, considerada como la mejor del mundo.
Un beisbolista con esta trascendencia para el deporte nacional tiene más que merecido este estadio que me sorprendió más de lo que esperaba, a pesar de los comentarios de amigos que ya lo conocían, parece un estadio de grandes ligas, me dijeron de forma unánime. He visto jugar béisbol en el Juan Demóstenes Arosemena de Ciudad de Panamá, en el Astrodome de Houston, en el viejo Turner Field de Atlanta, en el igual de viejo Shea Field de Nueva York, conocí el Yankee Stadium en un tour fuera de temporada, así que tenía una buena referencia para apreciarlo en múltiples aspectos.
Lo que siempre me llamó la atención de los estadios de béisbol de grandes ligas cuando pasaban imágenes de las tribunas y que luego confirmé, es el carácter de familiaridad que se percibe, una sensación de libertad y seguridad para cualquier persona. Estoy hablando, por citar un ejemplo, de parejas que llevan a sus hijos bebés al estadio y los pasean con toda tranquilidad en sus coches. Al entrar al Édgar Rentería tuve esa sensación de familiaridad y me enamoré enseguida, ¡cipote estadio!
La siguiente sensación es poder caminarlo 360 grados con toda libertad y sin molestar a nadie, apreciar los dogouts, el trabajo de los lanzadores relevos en las zonas de calentamiento, escuchar lo que conversan los out fielders entre cada lanzamiento, la facilidad de ver el partido desde cualquier punto y tener una panorámica completa del juego, la comodidad de los asientos, la holgura para acceder a los baños, la buena presentación y aseo de los mismos, la variedad de snacks con buenos precios, hasta un sport bar, el museo de la otrora gloria del béisbol, Tomás Arrieta. No hay duda, es un estadio de grandes ligas, la diferencia es que aquellos son enormes.
El diamante es perfecto para jugar un béisbol donde la estructura se constituye en facilitadora del espectáculo porque está confeccionada con todas las especificaciones requeridas.
Lo más bacano es lo terapéutico que resulta agitar entre cada lanzamiento: ¡Métele un palo a ese pícher bolero!, ¡Vamo a ponchalo!, ¡Ese es un out uniformao!, ¡Ampayaaaa!
Hay que atiborrar ese estadio, debe ser sostén del béisbol en la ciudad.
Estamos en conteo de 3 y 2.
haroldomartinez@hotmail.com
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