Era obligatorio el retroceso de la memoria ante la imagen que apareció en el celular, una foto dividida en dos mitades. En una, está el alcalde de Popayán, doctor Juan Carlos López Castrillón, sosteniendo un letrero que dice “Aplausos para el sector de la salud”; en la otra, una enfermera del Hospital Universitario San José, de la misma ciudad, con un letrero “Gracias por sus aplausos. Los cambiamos por elementos de protección”.
En otra foto está la enfermera con un grupo del personal de enfermería de la urgencia de ese hospital donde me formé como estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad del Cauca.
Montaje o no, esas fotos sintetizan la realidad de este país en la crisis actual por el Coronavirus, sólo se puede responder con buenas intenciones a la dolorosa realidad de la salud en Colombia, como consecuencia de la privatización de este bien común de la sociedad nacional. Es un espectáculo bochornoso el peloteo de las responsabilidades entre el Ministerio de Salud y los intermediarios que la regulan y acomodan a su beneficio y, en el medio, los perjudicados de siempre, los pacientes y los médicos. Porque, al final, los pacientes que mueren tienen la culpa por haberse contagiado, y los médicos que mueren, por no haberse protegido.
De aquella ingenuidad en los pasillos de mi hospital en los que fantaseaba con el hecho de estar formándome como médico para salvar a la humanidad, sólo queda el entrenamiento –el paciente es lo más importante-, para ir a enfrentar una crisis. Hoy, la madurez en la medicina me permite varias miradas a esta crisis y me obliga a pensar que estoy en un sistema de salud que no me ofrece ninguna garantía ni en lo laboral, ni en mi seguridad como empleado o como persona y que, además, me exige que me sacrifique por dicho sistema, al punto de ir a la trinchera sin ninguna protección con equipos adecuados para enfrentarla y, por lo tanto, con la posibilidad de morir, y, si esto sucede, compensarán a mi familia con ceremonias de héroe.
Mi respuesta ante este dilema ético es y será una sola: si pretenden obligarme a ir a atender pacientes con alto riesgo de contagio de una enfermedad letal, la cual enfrentaré sin ninguna protección con equipo de bioseguridad, no iré, así me metan preso, me multen o me quiten el diploma.
El suicidio del médico en estas condiciones es una irresponsabilidad contra la vida y no está en consonancia con uno de los acápites del Juramento Hipocrático contemporáneo que se refiere a que el médico está obligado a cuidarse para poder atender a sus pacientes en buenas condiciones. Un médico muerto en una crisis como la actual, con unas estadísticas de mortalidad comprobadas en todos los países donde no se han manejado las medidas de bioseguridad, no representa siquiera un suicidio sino una inaceptable estupidez, la muerte de un médico tiene repercusión multidimensional.
haroldomartinez@hotmail.com
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