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Opinión

El suicidio, otra vez

Y aquí viene lo peor: el común denominador es la dolorosa sensación de desamor en cada uno de esos menores. No estoy hablando del amor que supuestamente un padre debe profesar a su hijo y que se asume que todo padre y madre conoce, lo cual es absolutamente falso y que la gran mayoría de padres desconoce. Hablo del desamor que hay en el maltrato físico y/o verbal, en el abuso sexual, en la negligencia afectiva, económica o presencial, y una interminable lista de causas, una por cada niño o adolescente de ambos sexos que consultan.

Tenía pensado escribir una columna acerca del cambio climático y sus repercusiones en todos los países del mundo, incluyendo nuestro país y ciudad en que vivimos –la última granizada en el sur de la ciudad no es producto de un azar climático- pero debo aplazarla porque hay otras preocupaciones más inmediatas que me compete como profesional de la salud mental.

Esto de los intentos suicidas en menores de edad, empezando desde los 8 años de edad, según mis estadísticas locales, es algo que sobrepasa cualquier cálculo que pueda hacer el más espabilado de los padres de familia de la ciudad o el departamento. Para decirlo en pocas palabras: una semana “mala” en mi consulta es uno o tres niños o adolescentes con ideación o intento suicida; una semana “normal” es de 5 a 7 casos. Los métodos van desde la toma indiscriminada de pastillas de cualquier tipo, generalmente de los tratamientos que toman los adultos, hasta métodos que ponen los pelos de punta por lo que puede significar ahorcarse con su propia correa, con sábanas o la ingestión de productos cáusticos que dejan consecuencias en su tracto digestivo.

Es impactante la forma anormalmente serena en que un niño de corta edad es capaz de describir la frialdad con que se toma las pastillas, se corta los brazos o ingiere cualquier producto tóxico con la idea clara de quitarse la vida porque no puede con el dolor que siente en su mente. Peor aún es comprobar que los métodos más primitivos como intentar ahorcarse obedecen a un plan bien calculado que falla por pequeños errores o porque un padre sospechó lo que pudiera estar sucediendo y se adelantó a que consumara su acto suicida.

Sorprende mucho más la ingenuidad de la mayoría de padres que no alcanzan a concebir en su cabeza que un niño de tan corta edad quiera quitarse la vida con un plan fríamente planeado.

Y aquí viene lo peor: el común denominador es la dolorosa sensación de desamor en cada uno de esos menores. No estoy hablando del amor que supuestamente un padre debe profesar a su hijo y que se asume que todo padre y madre conoce, lo cual es absolutamente falso y que la gran mayoría de padres desconoce. Hablo del desamor que hay en el maltrato físico y/o verbal, en el abuso sexual, en la negligencia afectiva, económica o presencial, y una interminable lista de causas, una por cada niño o adolescente de ambos sexos que consultan.

Lo que más me mueve como terapeuta es todo lo que no alcanzo a leer en esos ojos metidos en lo profundo de sus cuencas en donde, por más que busco las cuatro letras que componen la palabra que cada menor quisiera encontrar en su biografía afectiva pero que no existe: amor.

Repito los síntomas que anteceden al acto para que se pellizquen los padres: estado de ánimo bajo casi todo el día casi todos los días, falta de placer para disfrutar, baja autoestima, autorreproches, pensamientos negativos, cambios en su rutina básica, bajo rendimiento escolar, insomnio o hipersomnia, trastornos de hábitos alimenticios, cambios en las amistades, cambios de su estilo de vestido, quejas por todo.

haroldomartinez@hotmail.com

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