No sé si en nuestro país se celebra como en otros países el Día Internacional de la Tierra el 22 de abril, con lo que se pretende crear conciencia acerca de la sobrepoblación, la contaminación, la biodiversidad y el calentamiento global, con el fin de proteger nuestro planeta, lo único que tenemos en esta esquina del cosmos.

La idea para la celebración, como la mayoría de celebraciones de este tipo, nace de una necesidad real y con frases rimbombantes que terminan siendo huecas con el paso del tiempo. En 1969 se presentó la propuesta ante la Unesco en la conferencia del Medio Ambiente, en los siguientes términos: “El primer día de primavera es el momento del equinoccio donde el sol cruza el celestial ecuador causando que el día y la noche duren lo mismo, llevando al planeta a un estado de equilibrio”. El 21 de marzo de 1970, se emitió la primera proclama con sus respectivas festividades.

Me pregunto qué celebraremos hoy 22 de abril en un país como el nuestro donde la mayoría de la gente no tiene la más mínima idea de la fecha, ni de equinoccios ni solsticios, ni de ecosistemas; ni que la deforestación, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola, el comercio ilegal de vida silvestre, pueden aumentar el contacto y la transmisión de enfermedades infecciosas de animales a humanos. Peor aún, nadie es consciente de las acciones que cometemos a diario contra el planeta en nuestra cotidianidad, aunque algunos ya están enterados del recorrido del helicóptero que envió la Nasa a Marte.

El químico atmosférico James Lovelock, autor de la Teoría Gaia – el planeta Tierra es un sistema autoorganizador vivo cuya atmósfera actúa como un sistema abierto lejos del estado de equilibrio caracterizado por un flujo constante de materia y energía-, afirmó que Marte es un planeta sin vida porque todas las reacciones químicas posibles entre los gases de la atmósfera habían sido completadas y hay un equilibrio térmico sin flujo. Con esta prisa que tenemos en arrasar con todo en nuestro planeta, vamos hacia un equilibrio térmico parecido al marciano en menos tiempo del determinado por los ciclos geológicos.

A manera de llevar la contraria a esos depredadores de Gaia, retomo las palabras de mi padre al decirme que no importaba que los otros no hicieran lo correcto, pero yo sí debía hacerlo porque alguien se beneficiaría después con mi acción. Así que, este fin de semana, me dedicaré con mis hijas menores a sembrar aquellas plantas que atraen a las abejas y les haré la explicación de por qué son tan importantes para la vida de los seres humanos mediante el mecanismo de la polinización. Con la esperanza de contar siquiera con unas cuantas abejas en mi jardín este 20 de mayo, Día Mundial de las Abejas, para disfrutar con ellas y mis hijas “El vuelo del moscardón” el interludio de Nikólai Rimski-Korsakov, como un homenaje a la vida y al planeta Tierra.

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