Esta me la enseñó mi hijo mayor, Juan Manuel, 40 años, administrador de empresas, a propósito de conversar acerca de mi situación laboral actual. Es un anglicismo que, al mismo tiempo, es un eufemismo, o una sublimación si se quiere, para denominar el desempleo entre angloparlantes. Entre otras cosas, equivale a decir que “el man no está llevao” sino que está activo y buscando chamba para ver cómo resuelve. Más aún, también tiene la connotación de búsqueda de un cambio de actividad, de algo diferente a lo que se hacía laboralmente. Mucho más aún, pero mucho más aún, tiene que ver con algo así como una reprogramación neurolingüística para dejar de quejarse y actuar. O sea, la vaina es terapéutica.
Me pareció interesante esta charla a la visconversa con mi hijo. Un administrador de empresa le dice a un psiquiatra que debe cambiar el discurso porque la repetición de ciertas palabras tiene una connotación negativa para uno mismo y para el interlocutor. Vaya vaya. La palabra tiene poder y tal. Como estoy desocupado, aproveché para tirarle cacumen a esa expresión. Rápidamente pasaron por mi mente las diversas versiones que le dan a esa frase dependiendo de si es un pastor, un religioso, un avivato, o alguien que tenga mucha necesidad de creer en algo. Por supuesto, también revisé lo de la atracción y otras teorías acerca de las repercusiones que tienen nuestras palabras en lo que nos sucede.
Lo que demuestra la ciencia es que, consciente o inconscientemente, hacemos todas aquellas cosas que de una u otra manera nos llevarán a lo que se llama la profecía autocumplida, para bien o para mal; pero hay cosas que ni aún con una camándula en la mano ni mil oraciones se cumplen, como todo aquello que depende del azar.
La reflexión me llevó a una toma de decisiones muy importantes a partir de frases sin poder que yo le digo a los pacientes para que ellos les den el poder que quieran: hay que aprender a ver las cosas al revés, es otra forma de resolver los problemas, toda cosa mala puede convertirse en algo bueno. En mi caso se trata de una deuda conmigo mismo: la lectura de literatura contemporánea.
Por fortuna, tengo la costumbre de comprar libros y guardarlos para cuando haya la oportunidad de leerlos, libros pendientes de 5 o más años. Lo cual es un pecado hasta cierto punto, como no haber leído hasta ahora la obra de varios escritores humanistas contemporáneos, así como otros textos de divulgación científica.
De tal manera que, mientras estoy “entre trabajos”, haré algo a lo que le llegó el momento en medio de mis circunstancias: ponerme al día con todo lo que tengo atrasado en la biblioteca. Ya tengo un plan y un escenario. Sillón reclinomático, lápiz y papel para sacar notas, por supuesto, una jarra con café o mate para alternar, un inicio con la obra completa de José Saramago, y silencio, los otros están trabajando.
¿No me envidian?
haroldomartinez@hotmail.com
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