Me mantengo en mi planteamiento acerca de ver el autismo como un producto de la evolución y no como una enfermedad, porque la evidencia me lo demuestra en todas las ocasiones en las que atiendo a un niño o a una niña autistas (la frecuencia es mayor entre los niños). Desde cuando conocí al primero de estos chicos pude ver más allá de los síntomas un cerebro con unos rasgos privilegiados por encima del promedio de niños de su edad, que fui comprobando a medida que veía otros chicos con el mismo diagnóstico, pero con síntomas distintos, incluso en gemelos autistas de saco embrionario único.

De la gran cantidad de literatura que he consumido desde entonces, tengo dos cosas bien claras. La primera es que el autismo no obedece a causa externa, se nace con el síndrome y después del parto ocurren una serie de cambios en el cerebro que tienen máxima expresión entre el primer y segundo año. La segunda es que no se ha podido demostrar todavía que los cambios que aparecen en el cerebro, en su anatomía y funcionalidad sean daños, son cosas asombrosas, como que unas neuronas que iban para un sitio donde se detectan letras terminen en otro donde se detectan olores, lo que establece una capacidad que no tiene ninguno de sus compañeros, así no distinga una cuchara de un zapato. Así de sorprendente es.

Si no es el alcoholismo del padre ni el desapego de la madre, ni las vacunas, ni ningún otro agente ambiental asociado, ni el accidente que sufrió a los dos años, ni el cambio de vivienda, entonces, ¿qué es? Esa es la pregunta sin respuesta aparente. Además, no hay ningún examen de laboratorio o gabinete que haga el diagnóstico, pues lo evidente es un trastorno conductual. Peor aún, ningún autista se parece a otro a pesar del común denominador de los síntomas. Esa es la razón por la que se creó el término Trastorno del Espectro Autista (TEA), porque hay tantos diagnósticos parecidos que hubo la necesidad de crear un gran paraguas que los cobije: Autismo Clásico de diversos niveles, Autismo Savant, Asperger, Hiperlexia, Trastorno Semántico Pragmático, por citar unos cuantos.

Mi teoría es que el autismo no es una enfermedad en el sentido clásico del término, sino un producto de la evolución que está ocurriendo delante de nosotros y no estamos percibiendo, los niños de hoy día tienen un cerebro diferente al nuestro y al de sus abuelos, lo cual no quiere decir enfermedad. De la misma manera, hay que entender el cerebro autista –que es diferente, no enfermo–, para comprender tanto las deficiencias como las habilidades, para poder salir del dolor por el diagnóstico y aprovechar el potencial del niño, que lo tiene, solo hay que saber buscarlo.

Reflexión para Semana Santa. Cuando tratamos un autista, ¿qué estamos tratando?, ¿qué creemos que estamos curando?, ¿para qué sirve una pastilla en el autismo?, ¿al modificar conductas estamos contrariando a la evolución?

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