Los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia el domingo pasado han aliviado a buena parte de la sociedad europea. La victoria por la mínima del candidato centrista Emmanuel Macron, que se disputará la Presidencia con Marine Le Pen, del ultranacionalista Frente Nacional en la segunda vuelta el 7 de mayo, ha alejado el miedo de que el segundo mayor país de la Unión Europea (UE) pueda caer en manos de una fuerza abiertamente anti-europea y racista.
La esperanza en Bruselas y otras capitales es ahora que una derrota de Le Pen en la segunda vuelta aseste otro golpe importante a los partidos ultras en Europa, que ya perdieron en las recientes elecciones en Austria y Holanda, mientras en Alemania la xenófoba AfD se consume en batallas internas ante los comicios de septiembre. Macron, un exbanquero que fue ministro de Economía con el presidente socialista François Hollande, creó su partido En Marche! hace solo un año. Su agenda es centrista, reformista, liberal y pro-europea, aunque aboga por una reforma de la UE. Su victoria en la segunda ronda parece probable, pero en absoluto segura. Porque la votación del domingo pasado, con una alta participación del 79 %, ofrece una lectura que da a pensar.
Macron ganó pero tan solo con el 24 % de los votos. Le Pen y el candidato de la izquierda radical Jean-Luc Mélenchon suman más del 40 %. El candidato conservador François Fillon obtuvo otro 20 % con un programa de ultraliberalismo thatcherista y católico-conservador, que propone la eliminación de cientos de miles de empleos públicos después de haber contratado a su esposa como colaboradora en el parlamento. Si se suman los resultados de otros candidatos radicales a izquierda y derecha queda claro que casi el 70 % de los votantes optó por fórmulas bastante alejadas del centrismo.
Es necesario que todo el mundo cierre filas frente a la amenaza de Le Pen, pero una victoria de Macron no puede significar seguir adelante con más de lo mismo. Cambiar el orden de las cosas que ha provocado el desapego de tanta gente no resultará fácil, como demuestra la frustración sobre las expectativas fallidas que habían generado los socialistas Hollande y Manuel Valls y que se tradujo en el hundimiento total del candidato de este partido histórico hasta el 6 %.
Un presidente Macron tendría que encarar un programa de reformas contundente para atacar la raíz del malestar y que tiene mucho que ver con las desigualdades sociales y un modelo de integración fallido. Pero tendrá un problema importante porque en junio se votará un nuevo parlamento, que comparte poder con el presidente de la República, y es poco probable que En Marche!, una formación recién nacida, pueda obtener gran peso. Por ello, sería muy importante que las fuerzas políticas se pongan de acuerdo para sacar adelante cambios reales con Macron. De otro modo, parecería que solo se ponen de acuerdo para el frente anti Le Pen, lo que a la larga haría aumentar el apoyo de la ultraderecha.
@thiloschafer
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