Pensé que en Rusia había disfrutado del mejor contraataque de una Selección. Y en realidad así fue, porque aquel gol que Bélgica le convirtió a Japón, en la última jugada del partido para derrotarlo tres a dos, y de paso alcanzar los cuartos de final del Mundial, fue una obra maestra, una exposición de fuerza, técnica en velocidad, inteligencia de juego y definición en cien metros.
Ese día lo describí desde la ponderación a cada uno de los protagonistas que intervinieron. Empecé por Courtois, el guardián del arco belga, quien con un saque de mano dio inicio al más largo y perfecto contraataque del Mundial. Seguí diciendo que De Bruyne devoró metros y que en ese recorrido no solo conducía velozmente para evitar malas compañías, sino que iba pensando qué decisión tomar. Y de Lukaku, la mole goleadora de Bélgica, que jugó sin balón cuando, primero, atrajo al defensor japonés hacia el medio abriéndole un espacio a Munier, el lateral derecho y receptor del pase de De Bruyne; y luego, abriendo el compás de sus piernas, deponiendo sus ambiciones goleadoras a favor de que la jugada le quedara más limpia y cara a cara con el arquero a Chadli, autor del gol y héroe inesperado de la remontada belga. Perfecto.
La combinación exacta de movimientos disímiles. La interacción armoniosa de cinco jugadores a favor del gol. Pero, hace apenas dos semanas, en Barranquilla, en el viejo-nuevo estadio Romelio Martínez, Luis Díaz, el novel delantero del Junior, nos regaló una extraordinaria, una fascinante aventura individual desde su propia área hasta el área de su rival, Huila.
Después de un rebote, el balón cayó en su poder y, a partir de ese momento, no se separó de él. Aceptó complacido que lo pasara largo por el costado de un defensor para reencontrarse del otro lado (lenguaje futbolero: un ocho); aceptó que lo separara un poco de su cuerpo para acelerar la carrera y sobrepasar- desairar- a los defensas. No cualquier carrera, no la de un atleta, sino la de un futbolista que corre, piensa, elude rivales que quieren estropear la jugada, coordina la marcha con el toque que debe darle al balón para avanzar sin perder su dominio. Decidido, imparable, directo, Díaz rezagó cuatro, cinco defensas huilenses . Él solo les llevó un problema a cinco, en un rapto de atrevimiento y convicción inigualables. Una demostración de velocidad, habilidad, técnica, y sobre todo de coraje y desenfado.
Díaz fue el protagonista único de un unipersonal contraataque maravilloso que tuvo una delicada finalización: picadita por encima del arquero de Huila. Golazo. El más hermoso, en mi opinión, que se ha convertido hasta ahora en la Liga.
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