Wes Anderson en el Festival de Cannes
La escenografía cuenta con una gasolinera, un restaurante, unas casetas de alojamiento, un tren de pollitos amarillos y en el cielo los platillos voladores que apasionan a los niños, todo moldeado con la tonalidad ficticia que caracteriza a Anderson.
La nueva película de Wes Anderson, Asteroid City, parte de la Selección Oficial del Festival de Cannes, se caracteriza, como todas sus películas, por contar con un elenco espectacular y un colorido único. Pero el elemento que más identifica a este creativo director es una aparente superficialidad colmada de metáforas y alusiones históricas que en realidad lo hacen más profundo de lo que parece, como se pudo apreciar en su pasada película The French Dispatch (2021), también parte del festival.
La historia tiene lugar en 1955 en Asteroid City, un pequeño pueblo de Arizona famoso por su gigantesco cráter de meteorito y un observatorio astronómico en la cercanía. En el momento en que transcurre la acción vemos a militares y astrónomos recibiendo a cinco niños genios que presentarán sus invenciones científicas, mientras a lo lejos se divisan los hongos atómicos provocados por las pruebas nucleares.
El primero en llegar es Woodrow (Jake Ryan), quien viene acompañado de su padre Augie (Jason Schwartzman) y sus tres astutas hermanas (las trillizas de la vida real Ella, Gracie y Willan Faris), y luego se les une el abuelo (Tom Hanks).
Más adelante llega Dinah (Grace Edwards), otra de las niñas prodigio, con su madre Midge (Scarlett Johansson), y en el trayecto vamos conociendo otros exóticos personajes como un general (Jeffrey Wright), una científica de semblante siniestro (Tilda Swinton), una maestra de escuela (Maya Hawke), un vaquero (Rupert Friend) y un gerente de hotel (Steve Carell).
El encuentro entre Augie y Midge y sus hijos Woodrow y Dinah, provoca flechazos inmediatos que constituyen el componente romántico de la historia, aliviando el drama familiar que trae consigo Augie y su familia.
La escenografía cuenta con una gasolinera, un restaurante, unas casetas de alojamiento, un tren de pollitos amarillos y en el cielo los platillos voladores que apasionan a los niños, todo moldeado con la tonalidad ficticia que caracteriza a Anderson.
Pero todo cambia en el momento en que aparece un extraterrestre que hace poner el pueblo en cuarentena, y nos hace recordar los momentos vividos recientemente con la pandemia.
Sin embargo, a pesar de contar tanto con un drama familiar como con el encierro obligado, el manejo de la situación es liviano, y el director asume una actitud irónica, llena de humor y colorido que, aunque no supera sus anteriores, The Squid and the Whale (2005) o The Grand Budapest Hotel (2014), resulta muy divertida.
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