La región amazónica es la selva tropical más grande del mundo con una extensión superior a los 6.7 millones de kilómetros cuadrados, abarcando nueve países, como Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, entre otros.
Según datos obtenidos en Wikipedia, la Amazonía tiene el 10% de la diversidad en la tierra y su cuenca hidrográfica representa el 15% de la descarga fl uvial del planeta. Sus bosques contienen más de 100.000 millones de toneladas métricas de carbono, que si llegaren a la atmósfera, tendrían un impacto negativo sobre el cambio climático a nivel mundial.
Brasil ocupa el 60% de esta zona amazónica, mientras que la parte de Colombia en esta región pertenece al departamento del Amazonas, con 110.000 kilómetros cuadrados, 5 veces Israel y 2 veces Costa Rica.
La historia de la región amazónica está untada de sangre. Desde el descubrimiento de América los indios han sido presa del hombre blanco, del exterminio y del saqueo, cuya riqueza en oro americano sirvió para consolidar la economía de los europeos, a través de sus empresas de conquistadores, misioneros y piratas, donde todavía están pendiente del reparto del botín que se encuentra frente a Cartagena en el fondo del Mar Caribe y el Galeón San José.
El sufrimiento y el genocidio sobre estos indígenas continuó con mayor ferocidad durante la época del caucho, tal como lo relata en forma cinematográfi ca Alberto Vásquez Figueroa en su novela “Manaos”. Y es precisamente en esta población brasilera donde se genera el mayor foco de contaminación del coronavirus que llega al Amazonas, por Leticia, para esparcirse por toda la ciudad y pueblo vecinos, atacando especialmente a los indígenas indefensos al igual que al cuerpo médico, funcionarios de salud, y población carcelaria con una intensidad escalofriante y desconcertante pues nadie estaba preparado para hacerle frente a este demonio. Por el aeropuerto llegó el postre para completar esta calamidad pública.
Pero lo grave de todo no es el coronavirus que tiene asustado al mundo y quebrada la economía mundial. La otra pandemia es el hambre que azota a la población indígena desde hace varios siglos y su extermino por el hermano menor ante la mirada complaciente del mundo civilizado.
Además, a esto se le suma los incendios que promueven las mafias de empresarios sin almas que dirigen la ocupación de tierras, el uso de cultivos transgénicos, la deforestación criminal sin límites, la construcción de represas y carreteras, todo bajo la complacencia del presidente Bolsonaro, quien sueña con el exterminio de la población indígena que se oponen a la destrucción del único pulmón que todavía tiene la tierra, para imponer un desarrollismo loco sin equilibrio ambiental sin importarle el efecto desastroso sobre el cambio climático: muertos por calor, hambruna, ahogamientos, plagas, falta de agua, aire irrespirable, como dice David Wallace Wels en su libro “El planeta inhóspito”.
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