¿Universidad para quién?
La universidad debe ser realmente universal, para toda la sociedad, no solo en el discurso. Se cree que todo se resuelve con becas que, por muy noble que sea el interés, el esfuerzo y el resultado, no es la iniciativa de mayor cobertura. Para ampliar la cobertura a través del sistema de becas, se requeriría un mayor esfuerzo, con un costo muy alto, casi imposible de asumir.
Anteriormente hablamos de la universidad para qué; reflexionemos ahora sobre la universidad para quién. Abordemos tres temas: cobertura, posgrados y presencia regional. Históricamente las universidades han servido para hacer avanzar la ciencia, estudiar la vida y las actividades humanas y preparar los individuos en aspectos técnicos que permitan el progreso social y material. Pero nuestras universidades se han limitado a formar profesionales; y son pocas las que han asumido la noble, pertinente y valiente decisión de ampliar la oportunidad, a cientos de miles de jóvenes, para que adquieran al menos un nivel de formación universitaria, no necesariamente profesional.
Lamentablemente, apenas un 50% de los bachilleres ingresa a una universidad; y de ellos solo el 60% termina su formación profesional; el resto deserta por razones fundamentalmente socioeconómicas. Cuánto bien le haría al país, y sobre todo a las regiones, que los jóvenes pudiesen ingresar a hacer estudios de 2 a 3 años, de tipo técnico, tecnológico o licenciatura. Para ello se requiere abandonar la arrogancia y la soberbia de creer que formar técnicos o tecnólogos es para institutos de menor categoría. Hemos privado al país de tener más gente formada, en menor tiempo y a menor costo. En nuestras regiones y municipios, apartados o periféricos, se necesita mejorar el desarrollo, incrementando la capacidad social y pública. Se requiere más recurso humano mejor formado e instruido. Hoy en día, en más de 950 municipios de 1103, quienes construyen el país día a día no se han formado en universidades. Estas creen que formar técnicos y tecnólogos es perder rango, estatus o clase. Esto es parte de la mojigatería, las premisas falsas y clasistas de una sociedad que no entiende de democracia social. Por el contrario, todos los días se hace algo para extinguirla. Al esfuerzo exitoso que hacen numerosos políticos y élites para acabar la democracia, se suma que las instituciones universitarias hacen poco para mitigar, paliar o compensar dicho daño.
La universidad debe ser realmente universal, para toda la sociedad, no solo en el discurso. Se cree que todo se resuelve con becas que, por muy noble que sea el interés, el esfuerzo y el resultado, no es la iniciativa de mayor cobertura. Para ampliar la cobertura a través del sistema de becas, se requeriría un mayor esfuerzo, con un costo muy alto, casi imposible de asumir. Acortar la extensión de las carreras, formar técnicos y tecnólogos y tener planes de estudio más acotados, permitiría mayor experticia y destinar más recursos para garantizar la cobertura universal.
Por otra parte, los posgrados deben ser menos costosos y de mayor inclusión. El valor de la matrícula en posgrados tiene poca relación con la realidad social de Colombia, con los estándares llamados internacionales y con la inversión y gastos, en docencia e institucionales, en los que incurren las universidades.
Por último, las universidades pensando en el país, deberían priorizar su presencia y el trabajo permanente y suficiente en lo local y en las comunidades más necesitadas y alejadas del centro político.
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