El Heraldo
Opinión

Universidad caribeña

El 2020 llega con el mismo reto: un sistema universitario regional. Antes de abordar el tema aclaremos tres puntos esenciales sobre la universidad colombiana: no hemos logrado superar la confusión entre universidad pública y privada. En realidad toda la educación, por su esencia, es pública, solo que una es impartida por agentes particulares y otra por agentes públicos. La denominación correcta sería educación privada y educación oficial. Pero eso ha llevado a imaginar y a construir dos tipos de universidades, las privadas y las públicas. En la base del sistema universitario se ha consolidado una percepción de diferencias y discriminación entre ellas. En segundo lugar, las universidades no logran una cobertura del 40% de la población en edad de acceder al mundo universitario. En tercer lugar, la calidad de la educación pasa por la falta de una mayor y permanente inversión pública dirigida exclusivamente a la educación oficial, y a la exigencia a todas las instituciones de ofrecer programas tecnológicos y técnicos, como formación para el ejercicio laboral o para continuar los estudios profesionales.

 Los anterior sin profundizar en problemas estructuralmente: las condiciones de trabajo de los profesores; el compromiso académico de los estudiantes; y la competencia, nacional e internacional, medida por un paradigma nefasto motivado por las salvajes clasificaciones internacionales (rankings) que ha convertido las universidades en fábricas (o maquilas) de artículos académicos y científicos, en otros idiomas y sobre temas que nadie lee y que no son los más importantes para nuestra población y los territorios.

 Hoy las universidades caribeñas están mucho mejor; pero, como en el país, tienden a funcionar de manera cartelizada: yo con yo; hablamos poco con otras universidades de la nación y con las de la Región aún menos. Las universidades han hecho un esfuerzo titánico, sin embargo no logran configurar un sistema regional; y ni siquiera se quiere ello. La universidad en el Caribe, aunque no se divorcia de la sociedad, tampoco la orienta; lejos está de quererlo y menos de lograrlo. Si mirásemos el aporte de la universidad en el desarrollo económico, social e institucional de la región Caribe, una pobreza espiritual se vislumbra en el horizonte. Como en el resto del país, su aporte sigue siendo más favorable para sectores reducidos de la población. Y la explicación sobre ese deficiente desarrollo, es un lugar común, según el cual todo es culpa del centro político, abstracto y lejano. Y no asumimos nuestra responsabilidad. Ese señalamiento si pudiésemos tomarlo como cierto, válido e instrumentalmente útil para políticos y empresarios, no puede serlo para las universidades. Se requiere de un sistema universitario regional, no de espaldas a la nación, sino para el Caribe con la nación. No puede ser como la clase política y empresarial que no logra construir justo aquello que se necesita: liderar la Región en su interlocución con la nación, el sistema político y la estructura del Estado, para superar el patrimonialismo regional propio del Siglo XIX. 

 La universidad caribeña, si quiere ser una expresión regional, también tiene que serlo para la nación. Bien haríamos en superar los principales problemas de la universidad colombiana: débil cobertura; no entender la nación y nuestra razón de ser en ella; y falta de pertinencia, objetividad y compromiso social. Se requiere una universidad con una moralidad que no se reduzca a la simple, formal e insuficiente legalidad, ni que se sustraiga de la solución de los problemas originados en la eficaz discriminación social que pervive en la Región.

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