Egoísmo expresidencial
La democracia colombiana se fortalecerá el día que podamos juzgar expresidentes, cuando estos no practiquen la política contra los colombianos y se callen, o se vayan.
Son una vergüenza, pues no ayudan a crear una cultura democrática. Por el contrario, la deterioran. Elegimos presidentes que luego como expresidentes nos amargan la vida. A excepción de Belisario Betancur, son una tragedia a la cual nos hemos tenido que resignar, como un hado. Sirven para muy pocas cosas; ninguna buena para el país. Nos cuestan una fortuna y al parecer no pagan todos sus impuestos.
Una de las expresiones del derrumbe lento de nuestra incipiente democracia, anclada en mínimos, casi que solo de elecciones, ha sido el desorden político promovido por expresidentes que creen que tienen la palabra sagrada. Los expresidentes no corresponden a lo que requiere una democracia en riesgos: ser demócratas sin deseos autoritarios ni excesivos personalismos. En ellos se reflejan liderazgos que ejercen poder autocrático sin respeto de los límites constitucionales y legales. Tampoco se muestran agradecidos por la oportunidad y el honor que les dimos de gobernar. Casi todos lo hicieron para mal. Ahora, nos polarizan con mentiras, trampas, rencillas propias de niños, discursos de odio y acentuando las diferencias entre sus amigos y sus opositores. Además, se disputan entre sí, endilgando a los otros el haber recibido dinero ilegal del narcotráfico o del crimen organizado para sus campañas. Sin pudor alguno, dan un vulgar espectáculo.
Con el papel que están ejerciendo, y su egoísmo, hacen grandes aportes para quebrar nuestra ya limitada o mínima democracia. Ni pensar cómo será dentro de 8 meses cuando el actual presidente también se dedique a hablar mal de los otros y de su sucesor, para justificar su mala gestión, incompetencia, inmadurez personal y autoritarismo rampante; autoproclamándose como el mejor gobierno de la historia colombiana. Tendremos que escucharlo afirmando que aquí no hay pobres gracias a él y que todos los recursos públicos se fueron a atender las más apremiantes necesidades de los pobres, y no a favorecer grandes poderes económicos.
Los expresidentes acusan o descalifican a quienes critican sus nefastos gobiernos, irrespetando las reglas de juego establecidas, que en su momento exigían, hasta por la fuerza, a los demás. Han destruido sus propios partidos. No basaron sus gobiernos en lo justo, sino en la pasión basada en actividades clandestinas, informales, sin democracia y alejados de la verdad, la utilidad pública y la justicia. Sus actitudes además de ambivalentes han sido tan negativas, que su liderazgo desarticulador de la sociedad se ha ido convirtiendo en unos de los factores de ruptura de esta democracia que nunca se ha consolidado. Deberían callarse y retirarse de la escena política. Si quieren seguir interfiriendo en la vida de los colombianos, entonces, deberían tener la dignidad de devolver sus pensiones.
Los expresidentes deben reflejar liderazgos con características y cualidades únicas. Por el momento, podemos elegir un próximo presidente que no llegue a ser un expresidente dedicado a destruir nuestras vidas.
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