Pregunta: En la Costa, ¿qué es ‘estar cabrero’? P. D. F., Bogotá.
R.: La expresión inicial, que era ‘estar cabreado’, derivó en América en ‘estar cabrero’. Surgió en el siglo XV cuando el quinto conde de Medinaceli, Luis de la Cerda y de la Vega, impuso en su señorío a los dueños de cabras un tributo adicional, llamado “impuesto cabreado”, alegando que esos animales, por sus movimientos precipitados y su voracidad, acababan con rapidez los pastos y dejaban la tierra devastada. Los nuevos impuestos muy pocas veces son acogidos de buena gana, y, en este caso, además, fueron considerados abusivos y generaron en quienes debían tributar tal disgusto que la palabra cabreado (o cabrero) pasó a significar molestia, rabia, irritación, mal humor, sentidos con los que ha seguido usándose aún después de la desaparición del impuesto hace muchísimos años.
P.: ¿De dónde vino la palabra ‘checa’ que en Barranquilla les damos a las tapas de cervezas o gaseosas? Adolfo Gómez, Houston.
R.: Transcribo un fragmento de una columna de don Antonio Celia Cozzarelli, escrita en el 2013 en EL HERALDO, en la que encontré la versión más creíble y fundamentada sobre el origen del término: “Pocas cosas tan versátiles como una checa. A esa pequeña tapa metálica ondulada en los bordes, que se usa en las gaseosas, se le dice ‘tapa corona’ por el parecido con una corona real. La inventó en 1892 el irlandés William Painter. La original tenía un revestimiento de corcho que se pegaba al cuello de la botella, y debajo del corcho una inscripción que indicaba que era un producto de Checoeslovaquia, país del cual se importaba antes de que se produjera en Colombia. Por eso aquí la llamamos checa”.
P.: ¿Cuál es el origen de “dormirse en los laureles”? Ciro Pérez, Barranquilla.
R.: Su origen se remonta a la Antigüedad clásica, y tiene que ver con Apolo (el Sol), el dios helénico más importante después de Zeus, quien quiso seducir a la ninfa Dafne. Esta huyó, pero, a punto de ser alcanzada, pidió a su padre, el dios río Ladón, que la transformara en un árbol de laurel para que Apolo no pudiera unirse a ella. El mito ya aparece en el siglo I en Las metamorfosis, de Ovidio, y, según él, Apolo, rendido de amor por Dafne, instituyó la costumbre de coronar con guirnaldas de ramas y hojas de laurel a personas esforzadas y reconocidas, como poetas, políticos y oradores, militares victoriosos, atletas ganadores en los Juegos Olímpicos, gladiadores… Era tal el valor simbólico de una corona de laurel que algunos emperadores se la concedían a sí mismos (recordemos la imagen de Julio César). Por lo general, quien era coronado se dormía en sus laureles, es decir, dejaba de trabajar, no volvía a esforzarse, desterraba toda preocupación y la vida se le hacía fácil, pues solo enfrentaba fama, honores e invitaciones. Las coronas solo al comienzo eran de laurel, pues luego eran de oro.
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