Por estos días todos los focos del espectáculo apuntan al productor Harvey Weinstein acusado de acosar sexualmente a decenas de actrices, un hecho que hasta ahora el mundo “descubre” gracias a un reportaje del New York Times, el mismo periódico que –¡oh sorpresa!– engavetó la noticia durante 15 años. En Hollywood todos se rasgan las vestiduras preguntándose en público por qué esto no se supo antes, mientras desfilan una a una las 46 mujeres que han alzado la voz y denunciado su “momento Harvey Weinstein”.
Lo irónico es que el hombre que irrespetó a tantas mujeres fue el mismo que pagó por un programa de estudios feministas en honor de Gloria Steinem; el que se implicó personalmente en la distribución de The hunting ground, la cinta que trata sobre las violaciones en las universidades de élite norteamericanas; y el que hizo campaña por Hillary Clinton. La hipocresía es el arte de tapar el horror con “buenas acciones”. Sucede allá como acá.
Yara Malo tiene un apellido que le hace honor. A la hija del magistrado de la Corte Suprema Gustavo Malo se le acusa de extorsión: al parecer cobraba el 20% del sueldo a una fiscal a la que llevó a ese cargo. El ente investigador tiene registro de al menos uno de los cobros, que habría sido efectuado en el edificio Manuel Gaona de la Fiscalía el 20 de diciembre de 2016. Ese día Yara ingresó portando el carné de una funcionaria de la Policía judicial asignada al despacho de su padre. Este tipo de extorsión no es novedad en la política colombiana. Por el contrario, es tan común que el extorsionista no “entiende” que hay allí corrupción. Se dice a sí mismo: “¿si otros lo hacen, por qué yo no?”. La fiscal extorsionada no se le queda atrás. ¿Acaso, si no es por haber sido Yara pillada en flagrancia, todo hubiera seguido igual?
En una entrevista que luego concedió a Noticias Caracol, Malo se describió con toda la tranquilidad del cínico: “Soy muy buena hija, muy buena hermana, una gran empresaria, una mujer emprendedora, religiosa, muy católica, consagrada todos los 14 (sic) al Señor de los Milagros”. Seguramente es de esas que no hace más que hablar de Dios y hasta movió palancas para ver de cerca al Papa, pues para muchos la religión no es más que un pretexto de alcahuetería o de exhibicionismo social. Pero ser “buena persona” no la hace honesta. Ella lo sabe: se oculta tras una pañoleta y gafas oscuras. Si no tiene deudas con la justicia y la sociedad, ¿por qué no da la cara?
El clientelismo es la nueva esclavitud. El político asume que dar trabajo es un favor y que todo favor se paga. “O dependes de mi o no existes”, le echa en cara a su clientela mientras le esquilma el sueldo, dejándole escasamente lo básico para su subsistencia. La otra opción es quitarle el respaldo mientras le dice: “Vete a otro feudo, donde tendrás que hacer lo mismo”. El trabajador tiene que aguantárselo porque es el amo de la región. Como en el caso de Harvey Weinstein, nadie denuncia porque denunciar es perder la posibilidad de entrar a Hollywood.
@sanchezbaute
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