Te deseo que vivas tiempos interesantes”. Dicen que es la peor maldición que te puede lanzar un chino. Y, vive Dios, estos son tiempos cada vez más interesantes. Basta con echar una ojeada al panorama internacional para ver focos de preocupación allá donde se mire: en los EEUU un tupé oxigenado, debajo del cual se supone que hay un cerebro pensante, gobierna el país más poderoso de la Tierra a golpe de tuits; en Europa el proceso de unificación ha recibido su primer revés verdaderamente serio en casi setenta años al votar los británicos su voluntad de irse; en España una importante parte de la población de Cataluña apuesta por hacer lo mismo; en Francia el segundo partido más votado en las presidenciales fue de extrema derecha; en Alemania los neonazis ya están en el parlamento.
¿Qué será lo próximo? Parece que Occidente, aburrido de ser tan rico y próspero, hubiera decidido autodestruirse. No sería la primera vez. Pero, ¿será esta la siguiente? Difícil es hallar respuesta. Pero no imposible.
¿Me permiten que se la susurre al oído? Vengan, vengan. Escuchen. En realidad todo gira alrededor de dos conceptos: globalización y populismo. El primero es la revolución en la que nos encontramos, que está destinada a transformar el mundo y que está haciendo que muchas cosas que se daban por hecho se tambaleen (por ejemplo, que siendo miembro de la clase media europea o yanqui tu destino no podía ser otro que el bienestar). El segundo es el auge de opciones políticas radicales que prometen solucionarlo todo de un modo sencillo y expeditivo, y que cada vez más gente se decide a abrazar en países –hasta hace bien poco– demasiado satisfechos de sí mismos.
La globalización ha venido para quedarse. Y cambiará nuestras vidas. No para bien de todos. Muchos ya se han dado cuenta de que a ellos les toca en el grupo de los perjudicados. Y los partidos que hace diez años parecían locos hoy parecen sensatos. Y las ideas que hace veinte años creímos derrotadas hoy se muestran renacidas. Con nuevas apariencias, palabras y sonrisas recién pulidas la tiranía vuelve a abrirse paso entre los escombros de la desesperación de los que un día tuvieron algo y ya se ven sin nada.
Trump, brexit o Cataluña. Tantos hijos y una sola madre: el populismo. Una sola causa: el malestar por la globalización. Una sola solución: democracia liberal y Estado Social de Derecho, la verdadera esencia occidental más allá de los países y su situación en el mapa. Occidente no caerá mañana. Del mismo modo que Roma no cayó ningún día concreto. Pero Occidente sí que puede caer. No por culpa de la globalización, pero sí a causa del miedo. A la primera se la puede domar. Al segundo, ese miedo cada vez más frío que recorre las espaldas de tantos buenos hombres y mujeres que temen por su futuro y por el de sus hijos, nunca ha sido posible controlarlo una vez desatado.
Solo ha quedado esperar a que se consumiera en el fuego por él desatado. Esto no ha hecho más que empezar. En la lotería de la Historia nos tocó vivir tiempos interesantes.
@alfnardiz
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