En Colombia llevar una vida digna en la que se reconozcan los derechos fundamentales de los ciudadanos “sin distinción de raza, sexo, color, idioma, posición social o económica”, garantizando que todos alcancen más y mejor calidad en temas de empleo, salud, vivienda, educación, seguridad social, alimentación, vestido, sostenibilidad ambiental, entre muchos otros asuntos, es como un sueño irrealizable.
Pero no nos podemos conformar y quedarnos con ese mensaje de desesperanza y resignación, que en el caso de nuestro Caribe nos han vendido durante décadas desde el “bogocentrismo” y que asegura que el bienestar, al que aspiramos todos, es una utopía porque el desarrollo económico equilibrado socialmente está reservado para los ricos y nosotros no lo merecemos ya que somos una partida de muertos de hambre. Qué equivocados de cabo a rabo están los insensatos que piensan así.
Si bien es cierto que los recursos públicos son finitos, en un país tan corrupto como el nuestro, basta con que no se los roben y los inviertan con eficiencia y eficacia, trabajando de la mano con las comunidades que saben – porque las padecen a diario – cuáles son sus necesidades más apremiantes. Y de una vez que sea una primera meta para los nuevos mandatarios, elaboren planes de desarrollo participativos, incluyentes y sostenibles.
Los gobernantes de nuestra región y de todo el país, tan lozanos y rozagantes como se mostraron en sus actos de posesión, deben liderar las transformaciones sociales, económicas, culturales, ambientales y de infraestructura en sus territorios, con la gente y por la gente, escuchando y conociendo sus problemas, siendo cercanos y empáticos, ganándose su confianza y respeto y esto sí es clave, produciendo resultados. El tiempo de la campaña y las promesas se acabó, lo que los ciudadanos demandan son hechos concretos y por eso votaron por ustedes.
Que la necedad, esa que parió con cada uno de nosotros – como dice el cantautor cubano Silvio Rodríguez–, nos asista cada día en el control social que podemos y debemos ejercer sobre estos nuevos mandatarios locales.
Escuchaba al alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo Heins, en su posesión a orillas del río Magdalena, dando carta blanca para regañarlo a él y a los integrantes de su gabinete si se pierden en su propósito de construir una ciudad equitativa y segura, conectada e integrada, próspera, empresaria y biodiversa en la que la cultura, el deporte y el emprendimiento marquen el rumbo, pero sobre todo la cultura ciudadana retome su significado y nos haga mejores personas conscientes de nuestros derechos y deberes.
Usted lo dijo bien alcalde, Barranquilla es una ciudad que no se conforma. Téngase bien entonces porque estos barranquilleros arrebataos, acostumbrados a soñar en grande, no vamos a renunciar a seguir adelante con nuestra revolución silenciosa y pacífica, de esperanza y optimismo, en la que todos cabemos y no nos vamos a bajar del tren del progreso que nos llena de orgullo. ¡Así que le tomamos la palabra, queremos que nuestra Barranquilla sea imparable!
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