
Hace poco usted denostó de ‘Atenas suramericana’, el hermoso apelativo de Bogotá… Ilse Bertel, Bogotá
Denosté del apelativo, pero no de una ciudad que quiero mucho. Que Bogotá es o fue la Atenas suramericana solo es paja y patriotería, una ilusión extravagante. En el siglo 19, cuando surgió el apelativo, la ciudad era apenas algo más que una aldea, muy distante del auge y las luces de Buenos Aires y de Ciudad de México, donde las artes sí que fulguraban. No obstante, como en su historia Bogotá ha tenido destellos y en esa centuria unas cuantas de sus élites eran cultas, pues tenían inquietudes, se reunían a conversar e inventaban cofradías (recordemos La Gruta Simbólica), un viajero argentino, Miguel Cané, le dio el honroso título. Esto coincide con la apreciación de Unamuno en cuanto a que la cultura es un fenómeno de comunicación entre individuos, que se da conversando en reuniones caseras o en los crepúsculos, cuando la gente se congrega, pasea, dialoga, se enamora, canta…
¿De dónde proviene la expresión “estar entre la espada y la pared”? Albert Díaz, B/quilla
En épocas en que abundaban los espadachines, cuando uno de ellos ponía a su rival entre una pared y la punta de su espada al último solo le correspondía la muerte o pedir clemencia, un dilema complejo. Hoy se emplea para describir el aprieto que implica escoger entre dos opciones, decisión que siempre contrariará algo o decepcionará a alguien. Por ejemplo: “Mañana el Junior jugará la final y quiero ir al estadio, pero a la misma hora mi suegra celebrará su cumpleaños. Estoy entre la espada y la pared”.
¿Cuál es el origen del nombre de La Tramacúa, la cárcel de alta seguridad? Darío Diago, B/quilla
Si se escribiera como corresponde sería La Tramacuda. Decíamos que la ‘d’ es una de las consonantes más débiles de nuestra lengua y que en ciertos contextos desaparece. Esto ocurre en el caso de tramacuda al convertirse en tramacúa. Ahora bien, -uda es un sufijo aumentativo que indica que algo es de gran tamaño o abundante: ‘peludo, confianzuda, panzudo, corajuda’. Otros ejemplos de este aumentativo en palabras populares serían ‘mamonúa, trameyúa, mameyúa’. Existe en español la palabra ‘tarajalla’, o mujer muy grande, la cual, con el mismo sentido, dio ‘tarajalluda’. Esta voz, al perder la primera ‘a’, fonéticamente apagada, pasó a ser ‘trajalluda’. Luego, por la vivacidad de la lengua, evolucionó así: ‘trajalluda > tramacuda > tramacúa’, siempre con el sentido de algo enorme, desproporcionado, descomunal…
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