Fue un verano. En las vacaciones del colegio a la salida de misa. La una del mediodía, en la Catedral de Guadix. En esa penumbra que tienen las catedrales, contrastando con la hora más luminosa del día. En un pasillo lateral, la tía Paula apretó mi brazo y volteó la cara hacia otro lado ignorando el saludo de un hombre mayor, elegante, de negro hasta los pies vestido, que ayudaba a caminar al obispo y se estaba inclinando a saludarla. Ante mi desconcierto por su actitud me aclaró, nerviosa, mientras se sentaba en un banco cercano, con la respiración entrecortada: “ese hombre fue por el tío Bernardo aquella madrugada para asesinarlo en la paredilla del cementerio”.
Hoy, mientras se habla de reconciliación con motivo de la siempre en entredicho función del monumento – basílica del Valle de los Caídos, es curioso cómo sigue palpable la discusión sobre el mensaje que este monumento simboliza.
Pasé toda mi infancia oyendo de mi madre la expresión de que “Franco había salvado España”. Y no fue solo en casa. En el colegio. Más tarde en la universidad. Y siempre, en todos los sitios oficiales, vi en las paredes principales de las salas, junto a un crucifijo, las imágenes de Franco y José Antonio Primo de Rivera, a cada lado.
Por estos días, vuelve a tener actualidad la discusión de “qué hacer con el Caudillo”, “a ver quién carga con el muerto”. Y todavía se sigue debatiendo el mantener o retirar los monumentos en su honor. El Ayuntamiento de Madrid ha venido cambiando las placas de las calles que hacían referencia a la época franquista. Y ahora, una resolución que pedía la exhumación del Generalísimo, el actual presidente del gobierno de España, el socialista Pedro Sánchez, se ha mostrado decidido a cumplir. Con ironía, alguna parte de la prensa española en letra pequeña destaca que “nunca es tarde para dejar de honrar a un dictador”. Y que ha llegado la hora de que los españoles enterremos de una vez por todas al Generalísimo Franco.
Pienso en mi madre: en casa, no soportaba ninguna crítica hacia el hombre que, según ella, siempre recordaba los primeros tiempos de su juventud colaborando con la sección femenina en el trabajo social, tejiendo bufandas y calcetines para los soldados del “frente de la derecha” que encabezaba “el Generalísimo” Francisco Franco Bahamonde, como desde mi infancia oí llamarlo, había salvado a España.
La España democrática actual sigue manteniendo un respeto y una crítica serena que se refleja en esta actualidad, cuando los españoles que desde 1975 siguen sin saber qué hacer con el cadáver del caudillo. Y la discusión de mantener o retirar los monumentos en su honor. El Ayuntamiento de Madrid ha cambiado las placas de las calles que les hacían referencia en la ciudad. Y el Parlamento, tras varios años de debate aprobó finalmente, una resolución que pide la exhumación del Generalísimo. Una medida que el socialista Pedro Sánchez está dispuesto a cumplir. Entre la crítica actual parece que ha sido bien acogida la idea de que los españoles desentierren a Franco y que el Valle de los Caídos deje de ser una ofrenda a la dictadura y se convierta en un lugar de homenaje para todas las víctimas de la guerra, sin importar a qué bando pertenecieron y convertirse en un símbolo, que, mientras vivió Franco, fue un obstáculo: la paz.
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