Si los acuerdos se construyen con fotos, el de Trump con Kim Jong Un se armó con una docena de tomas. Sonrientes, los dos estrecharon sus manos, se cedieron el paso y tocaron en varias ocasiones los brazos del otro y sus espaldas.

Parecía un matrimonio feliz el de Kim con Trump, apenas escoltados por un par de padrinos, sus traductores.

De tiempo atrás, los dos mandatarios venían insultándose, intercambiando apodos de toda clase. A juicio de Trump, Kim pasó de hombrecito de los cohetes a líder talentoso que ama su país. Tras cierta calma diplomática en la que medió Corea del Sur, ambos líderes volvieron a hallar el tono que les permitió conversar 43 minutos a solas, sin más testigos que sus traductores. Solo ellos, los cuatro, recuerdan al detalle lo que se alcanzaron a decir en Singapur.

Por ahora se estima que esa, la Cumbre, benefició a los dos, porque legitimó a un paria como Kim ante la comunidad internacional y dará prestigio a Trump frente a sus coterráneos, si se comprueba que es un verdadero artista de la negociación.

En sus palabras, aquella reunión sin precedentes con Kim Jong Un, “ayudó a evitar una catástrofe nuclear”, aunque por ahora Kim mantenga intacto su arsenal.

Con base en una alegada confianza mutua y reafirmando la reciente Declaración de Panmunjom, Corea del Norte aceptó comprometerse a “trabajar hacia la completa desnuclearización de la península coreana”. El proceso apenas comienza mientras Kim espera que Estados Unidos garantice a cambio el desarrollo económico de su país.

El documento señala que Estados Unidos y Corea del Norte unirán esfuerzos “para construir un régimen de paz duradera y estable en la península coreana”. Yo no sé ustedes, pero creo que Kim concede así a los Estados Unidos una especie de poder compartido para imponer en la península algún régimen político. Se pregunta uno hasta dónde llegará esa ingerencia norteamericana en los asuntos de Corea del Norte.

En general, los críticos internacionales estiman que Estados Unidos ganó en la cumbre al reducirse la amenaza de armas nucleares de Corea del Norte y poder eliminarlas en el futuro. En la medida en que el encuentro reduce las posibilidades de una nueva guerra, todos fueron ganadores.

El gran objetivo de Kim: socavar el apoyo a sanciones internacionales contra su país, las que frenan sus planes de desarrollo económico. Ya China estudia hoy suavizar sus restricciones comerciales contra Corea del Norte y Malasia busca restablecer sus relaciones con el gobierno de Kim, rotas el año pasado por el asesinato de su medio hermano en Kuala Lumpur.

Kim Jong Un empieza pues a salir de su cascarón. Tanto, que por no tener aviones debió arrendar uno a China para entrar y salir de Singapur.

Por lo demás, fotos y videos siguen recordando a un Trump amigable y lleno de elogios para su homólogo norcoreano. Faltan las que lo muestran enseñándole el interior de su famosa limusina ‘La Bestia’, a prueba de toda clase de ataques.