Llevo ya un poco más de un año escribiendo esta columna, un poco más de un año reclamando injusticias, un poco más de un año quejándome de los absurdos, y un poco más de un año aplaudiendo lo que creo que merece ser aplaudido. Más sin embargo, es apenas ahora que siento que el peso de mis emociones pueden llegar a ser más fuertes que la corriente con la que fluyen mis palabras.
Me cuesta escribir cuando la rabia se apodera de mí, cuando la impotencia de no haber podido impedir una tragedia se suma a los cargos de mi consciencia, y cuando siento que nací en un país en el que, a pesar de que nos están matando a nuestros niños, privándolos de una infancia digna y abusando de su intimidad, realmente, a pocos les importa la suerte de los que no han tenido la fortuna de saber lo que es una verdadera niñez.
Esta semana, el turno le tocó a Sarita Yolima Salazar, la niña de tan solo tres años que fue torturada, abusada y finalmente asesinada en un municipio ubicado en el norte del departamento del Tolima. Su vida, al igual que su muerte, estuvo rodeada de maltratos, de lágrimas, de abandonos y de injusticias, tal cual como lastimosamente, sucede con la mayoría de los cientos de niños colombianos que al día sufren de abusos que los alejan cada vez más de la felicidad de ser niño.
Yo quiero saber, ¿Cuántos más se van a tener que morir antes de que los que toman las decisiones en este país entiendan que algo tiene que cambiar? ¿Cuántos más van a tener que ser abusados sexualmente antes de que los colombianos entendamos que necesitamos penas más duras para los violadores, asesinos y secuestradores de niños? ¿Qué más tiene que pasar en esta nación para que a este tema le demos la importancia que necesita y que se merece?
Tal como lo he recalcado en algunas de mis anteriores columnas, el hecho de que exija que exista cadena perpetua para los violadores, asesinos y secuestradores de niños, no significa que crea que desaparecerán del todo estos casos inauditos. Más sin embargo, creo profundamente que al menos estaríamos demostrando que esta nación respalda y protege, por encima de cualquier otra cosa, la vida y la dignidad de nuestros niños, y creo también que con este espaldarazo, le estaríamos gritando al mundo que en Colombia estamos luchando por evitar a toda costa, la impunidad cuando de estas situaciones se trata.
Por eso, aprovecho esta oportunidad que tanto hubiese no querido tener, para recordarles que aún somos muchos los que seguimos dando lora sobre esto, y aún somos muchos los que seguimos en la lucha de recolectar firmas para que la ley cambie. Si quieres unirte a la causa, lo único que debes hacer es ingresar a la página web www.gilmajimenez.com, descargar el formulario de firmas, recolectar todas las que puedas, y acercarte a cualquier punto de Servientrega para que ellos, gratuitamente, te lo hagan llegar a la Fundación Gilma Jiménez.
Porque hoy se llama Sarita, porque ayer se llamó Yuliana y porque mañana podrías conocer de antemano su nombre, llegó la hora de cambiar los trinos con indignación, por firmas con verdadera acción.
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