El Heraldo
Opinión

El poder de la mente

El otro día, buscando una serie para matar el tiempo, terminé encontrando un monólogo en Netflix que me dejó atónita. Se llama ‘Miracle’ y en él, el reconocido ilusionista inglés Derren Brown, nos muestra cómo la mente es de poderosa, capaz de impedirnos el éxito, al tiempo que es la responsable de que algún día lo alcancemos. 

Durante una hora y trece minutos, Brown intenta demostrarle a su público que la mente tiene el poder de que sintamos dolor, de que lo que dejemos de sentir y, por ende, intenta probar que aquello de las ‘curaciones de fe’ de algunas iglesias evangélicas no son más que la capacidad de una persona de lograr que controlemos nuestras mentes. 

Derren Brown es un ateo convencido de que el milagro no lo hace Dios, sino de que lo hacemos nosotros mismos, controlando lo que pensamos y convenciéndonos de que somos poderosos. Con la religión no me quiero meter, pues a mí me gusta creer que hay algo más grande que nosotros y, tratando de ir acorde con las premisas de Brown, me gusta pensar que detrás de ese reconocimiento de poder propio, está el Todopoderoso. 

Sin embargo, dejando a un lado el tema de que si es cierto que existe o no un Dios, lo que habla Brown y muestra Brown es absolutamente asombroso. El público queda sin palabras, olvidando dolores que les achacaron por años, recuperando una vista que creían perdida y perdiendo temporalmente la capacidad para leer. El ilusionista inglés, inclusive, intenta probar a través de varios ‘trucos de magia’ (aunque ni son trucos ni es magia), de que verdaderamente somos esclavos de lo que los medios de comunicación y las redes sociales quieren que pensemos, creamos y sigamos. 

Y lo importante de este ilusionista, es que Brown no quiere hacerle creer a su audiencia que él es quien tiene ‘poderes’, sino que quiere que nosotros sepamos que el poder viene de adentro, que nuestra mente tiene la capacidad de enfermarnos, al igual que la tiene de curarnos, que somos un ser infinitamente milagroso y que nada puede detenernos, excepto (y esto es bastante curioso) nosotros mismos. 

Hay un momento específico en el espectáculo en el que él le pide a sus espectadores algo que les quiero compartir a ustedes hoy. Les pide que cierren los ojos y que miren de frente un problema, puede ser desde una rodilla que les duele, hasta una depresión que les agobia. Luego les dice que sientan cómo una especie de resorte se lleva el problema para atrás, como si este estuviese cogiendo un impulso, y de repente lo soltara, lo dejara ir y desapareciera para siempre. Muchos de los espectadores salieron diciendo que, efectivamente, habían sido curados. Ninguno podía creer que habían sido ellos mismos los que lo habían hecho.

Quizás es cierto que todo está en la mente y de que es solo cuestión de comernos el cuento de que somos un milagro, somos poderosos, somos únicos y vinimos a este mundo a ser más grande de lo que creíamos poder ser. 

Porque al fin y al cabo, no podemos controlar lo que suceda a nuestro alrededor, pero sí cómo reaccionamos, cómo pensamos y quiénes queremos ser luego de que todo pase. 

 

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