El Heraldo
Opinión

El paquete cachaco

No importa si usted es hombre o es mujer, igual podría sucederle lo que voy a relatarles, pero quiero dirigirme especialmente al conjunto de mujeres. Ellas deberán saber si pertenecen, además, al subconjunto de mujeres que suelen hacer mercado, que manejan, que no saben de mecánica, que viven desprevenidas, y quizá, a la fracción más vulnerable: las que aún creen en la buena voluntad que muestran algunos para ayudar. Sucedió en la Barranquilla que despierta al año nuevo sin temores, donde casi levitamos fascinados con el frescor que traen las brisas. Sucedió en el norte de la ciudad, en un supermercado situado en la carrera 64C con la calle 86, en el atardecer de un agitado día laboral, en medio de un parqueadero atestado de clientes.

Oriana dejó el local y se dispuso a prender el carro. El carro no respondió; tan pronto encendía el motor de su Peugeot, se le apagaba. Como ocurre a las mujeres, su reacción fue levantar el capó con la remota esperanza de que el carro le dijera lo que estaba sucediendo, pero, como ocurre en esa parca relación entre mujeres y carros, el carro guardó silencio. Mientras Oriana dilucidaba el soponcio del Peugeot, entró en escena un cachaco. Educado, generoso, servicial. “¿Sin batería?” Le dijo con el manso acento bogotano que todos reconocemos en el acto. No había respondido Oriana cuando el tipo ya se había ocupado del problema; sin permisos, sin reparos, con premura, afirmó que era la bomba de la gasolina, y, en menos que canta un gallo –si es que aún cantasen en Barranquilla– abrió el baúl del Peugeot, tumbó la silla de atrás y llegó con diligencia hasta la pieza. Lo demás, ocurrió a ritmo cachaco. En segundos ingresaron en escena una niña y una mujer. “Mi familia”, dijo el hombre que, para entonces, le había confesado a Oriana que tenía un automóvil semejante y una bomba de repuesto sin usar. “Si usted quiere, se la vendo” –le dijo– y, sin esperar que Oriana hubiera dicho una palabra, coordinó con la mujer para que ella le trajera de la casa la bomba de gasolina. Tres minutos después la sospecha asaltó a Oriana. Los hombres tan considerados no pertenecen a este mundo, se dijo con suspicacia, pero la mujer, con el manso acento que todos reconocemos en el acto, la entretuvo con un cuento que a los barranquilleros nos enternece: que estaban de vacaciones conociendo la ciudad. Entretanto, el sujeto terminaba su labor y el Peugeot arrancó animoso, tras lo cual, educado, generoso, servicial, pidió a cambio únicamente los varios cientos de miles del valor del repuesto original. Recelosa, Oriana le llevó el carro al día siguiente a su mecánico, y todo indica que la bomba de gasolina nunca fue cambiada. ¿Qué pasó? Parece que una artimaña tecnológica puede afectar el motor de arranque y que, con la ola de forasteros que hoy ocupan la ciudad, ha llegado una maniobra de prestidigitación que podríamos bautizar como el paquete cachaco. Mujeres, están advertidas.

berthicaramos@gmail.co

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