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El otro mundo de Vicente Del Bosque

Vicente Del Bosque es marqués y no presume de ese título nobiliario que el Rey de España le concedió en 2011 por sus logros. Es campeón del Mundo con un palmarés envidiable de varios títulos a cuestas. Al rompe, si uno no sabe de quién se trata, puede pensar que es un veterano catedrático universitario. O un curtido actor de cine europeo. O un ciudadano activo de la alta sociedad madrileña que saborea de manera habitual las páginas de la revista Hola.

Es en realidad el gran técnico que vino a Barranquilla a hablar de fútbol, pero no de estrategias, sino del ser humano que es el jugador de este deporte, que apasiona y arrastra masas. Está más preocupado por lo que tienen sus hombres en la cabeza que en las habilidades de sus pies. Para Del Bosque el factor psicológico es vital al momento del triunfo, pues puede más una palabra de aliento bien dicha, que una agria exigencia técnica.

Entonces, al oírlo se entiende por qué ha ganado cinco títulos de la Liga española y cuatro Copas del Rey como jugador del equipo merengue entre 1973 y 1984. Como entrenador, ocho grandes títulos, entre ellos dos Ligas de Campeones, una Copa Internacional y una Supercopa de Europa, una Copa Intercontinental en 2002, dos Supercopas de España en 2001 y 2003, y se quedan algunos otros logros en el tintero.

Pero ese triunfador bien conocido en España desde sus épocas de medio campista en el Real Madrid, como antes se le denominaba a esa posición clave en el juego, tiene otra historia. Una que sobrepasa el momento en el que ganó en 2010 en Sudáfrica la Copa Mundo en aquel emotivo partido ante la selección holandesa y todos los reflectores apuntaron hacia él.

Es la misma historia de millones de aguerridos padres que tienen hijos con síndrome de Down y que muy al contrario de lo que se pueda pensar, no consideran que eso sea una desgracia familiar, sino una bendición que une y sensibiliza. Por eso, hace dos noches, en un elegante hotel de Barranquilla, durante una cena para la niños de la Fundación Fides, Del Bosque habló con voz entrecortada sobre su familia y su hijo Álvaro, de 27 años, el segundo de sus tres vástagos, los que tiene con su esposa Trini López.

Breve, pero sustanciosamente, simplificó en pocas palabras lo que representa un hijo con esas características. Primero contó que al nacer Álvaro, él y su esposa, acongojados, se hicieron una pregunta: “¿Por qué nos pasó a nosotros?” Luego, casi sin reponerse, se hicieron otro interrogante como si el universo entero se les hubiese venido encima: “¿y ahora qué hacemos?”

Con el correr del tiempo, y al ir descubriendo la esencia del niño, la inquietud dio un giro de 180 grados: “¿Qué sería de nosotros sin Álvaro?”

mendietahumberto@gmail.com

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