Kazuo Ishiguro ha ganado el Premio Nobel de Literatura 2017. Pero entre los candidatos se barajó el nombre del novelista Ken Follett, quien, con una venta de 150 millones de libros y una admiración in crescendo, esta mañana me ha llevado a buscar en mi estantería El Invierno del Mundo. Una bellísima novela, la primera de una trilogía, que nos lleva a una Europa en ruinas, quebrada por las guerras y los conflictos ideológicos a través de unas familias en los años turbulentos de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, el nazismo, la invasión soviética y la era de la bomba atómica.
Carla, la protagonista, es el hilo conductor de la trama desde cuando llora la ausencia del padre muerto, víctima de una paliza brutal en el Berlín nazi, y siente el orgullo de que su padre ha dado la vida por el bien de un mundo mejor. Maud, la madre, le recuerda: “A tu padre y a mí nos separó la Gran Guerra. Pensábamos que en tres meses nos veríamos pero nos volvimos a ver después de cinco años”.
El invierno del mundo, aunque se refiere a la llegada del poder de Hitler y la consecuente Segunda Guerra Mundial, no deja de ser una actualidad previsora en este presente de vaivenes bélicos, donde el sufrimiento, el desgarro y el éxodo están cobrando cada vez más fuerza como en un invierno del mundo.
La novela acaba una Nochebuena iluminada con velas por el racionamiento de luz. Carla, junto a su madre y sus hijos, canta villancicos y sueña con que ellos un día puedan decir que su madre en la lucha por la vida había significado algo y el mundo era mejor gracias a ella.
Maud, en la adolorida añoranza del esposo, se acerca al viejo piano y toca Noche de Paz.
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