El pasado jueves se celebró el Día de la Raza. Es la fecha determinante de América, y también de España, porque justo ese día, hace 525 años, se materializó lo que el maestro Germán Arciniegas llamó el “encuentro de dos mundos”.
Y fue justo eso lo que ocurrió a partir del arribo de Colón al Caribe: dos mundos separados por un mar –que es también tiempo y circunstancias– se miraron por primera vez a la cara, y para ambos todo cambió para siempre.
Por estas fechas se repiten cada año las opiniones oprobiosas sobre la conquista y colonización de América. Dicen muchos lo que mucho han oído: que la ocupación española fue una masacre, un genocidio, un atropello, una cadena impune de despojos, tortura y exterminio.
Esa interpretación tal vez funcione a la luz de la teoría del Derecho Internacional o la Declaración Universal de los Derechos Humanos –inventados siglos después–, pero no corresponde con la ponderación argumentativa que debe primar en el juzgamiento de los acontecimientos históricos.
Hoy, resulta inadmisible que un país invada un territorio ajeno, someta a su población por la fuerza, se apropie de sus recursos, imponga su cultura y lo anexe a su jurisdicción. Pero hace medio milenio las cosas eran distintas. La supervivencia y el poderío de una civilización se construía sobre millones de cadáveres. (¿Habría que añadir que no han cambiado mucho las cosas en muchos lugares del planeta, a pesar de que ahora sabemos que los humanos tenemos derechos humanos?).
Así que argüir la barbarie de España contra una etnia perdida en el tiempo –a la cual el 94% de los americanos contemporáneos no pertenecemos–, para boicotear lo único que podemos ser, es ingenuo y poco práctico. No había manera de que la ocupación de América fuera distinta. No era posible un acercamiento amistoso, respetuoso de las diferencias, considerado e igualitario. No era posible que los hombres del siglo XV que desembarcaron aquí se comportasen como civilizados adalides de la paz mundial del siglo XXI.
Así algunos se empeñen en deslegitimar nuestra herencia española (como si el espejo, la lengua, la religión, los vicios, la culinaria, los miedos y las músicas pudieran ser sujetos de algún juicio de legitimidad), lo que hemos podido ser, malo y bueno, malvado y virtuoso, capaz y mediocre, se debe a los acontecimientos que comenzaron aquel 12 de octubre en el mar Caribe. No es posible renunciar a eso, ni es sano, ni aceptable.
Por eso, en el lenguaje que me ha dejado ese imperio que asesinó a algunos de mis ancestros y que le salvó la vida a muchos otros, celebro un año más del día de mi raza, o cualquier cosa que eso se atreva a significar.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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