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Opinión

El desarraigo

Desarraigar es arrancar de raíz una planta, separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos. Las causas que llevan a una persona a dejar el lugar donde nació y vivió una parte de su vida, abandonar sus raíces y su cultura son muy amplias y son producto del nuevo modo de funcionamiento de la vida social y económica. 

El trastorno mental del siglo XXI debido a las migraciones y desplazamientos se asocia con el llamado ‘Síndrome de Ulises’, quien padeció innumerables adversidades y peligros lejos de sus seres queridos. Hoy, las consecuencias son para el país que se deja atrás y para el nuevo lugar que tendrá que absorber a los recién llegados.

Cada vez más, ese desarraigo está presente en la vida de las personas y repercute en su aspecto emocional. La añoranza que genera la emigración provoca desamparo y crisis, que no solo es física (por la falta de trabajo) sino que es moral y emocional.

Hay quienes se van por gusto a buscar nuevas experiencias y mejores perspectivas para sus vidas; quienes parten porque sienten que el país o ciudad no les ofrece un futuro acorde a sus capacidades; los que son llamados por empresas extranjeras que aprovechan sus talentos y cerebros. Igualmente parten los que quieren un mejor futuro para sus hijos, para que no se ganen un tiro en la calle por robarles el celular. 

Al dejar tu ciudad, la memoria se fija en ese momento y permanece inalterada para siempre. En el nuevo hogar siempre la echaremos de menos e incluso idealizamos esos recuerdos: las comidas, la música, las calles, los sitios en los que jugábamos, los ‘monumentos’ de entonces. Es ahí cuando nos damos cuenta de que ese lugar idealizado en nuestra memoria ha seguido evolucionando sin nosotros y que ya no tenemos esa familiaridad que tanto recordamos.

Se quiere seguir viviendo en una ciudad collage de memorias, experiencias y personas. Una mezcla de los recuerdos que se atesoran, pero esa ciudad ya no existe. Aún para los que viven en ella, cuesta reconocer que ya no están los campos en los que se solía jugar, los restaurantes símbolo de la cultura gastronómica ya desaparecidos; los teatros en los que se exhibían películas que dieron paso a las salas de cine en centros comerciales. La nostalgia castiga al recorrer sitios, calles y otrora casas amplias y con jardines a su  alrededor, que han dado paso a las gigantescas moles de apartamentos. Hay que separar lo anterior y adaptarse a lo nuevo.

De acuerdo con un bello poema de Mario Benedetti: “El olvido no es victoria sobre el mal ni sobre nada. Y si es la forma velada de burlarse de la historia, para eso está la memoria que se abre de par en par en busca de algún lugar que devuelva lo perdido…”

Al final, hay esas pocas cosas o esas personas que serán la Casa para nosotros donde vayamos y, así, Casa será cualquier lugar.

rofuenma@gmail.com

 

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