Entre los países de América Latina que en forma permanente estudiamos desde el punto de vista empresarial, académico, político y sociológico, encontramos algunas similitudes y muchas diferencias en la manera como se abordan los temas, como se manejan los acontecimientos, como se manifiestan las culturas, como se expresan las sencillas y cotidianidades de la vida.
Colombia en algunos temas es mejor que otros países del subcontinente, en otros es mucho peor. Políticamente nos llama la atención que en Chile –de lejos una nación mucho más culta que nosotros en cuanto a educación y comportamiento– una campaña electoral como la que recientemente han vivido con el triunfo del doctor Piñera a la Presidencia fue verdaderamente decente, llena de pasión, de ardor, de vehemencia, pero decente.
Seguimos paso a paso los detalles de este proceso, hasta donde se puede confirmar por los medios de comunicación, y nos llamaron la atención tres aspectos: el primero fue cómo se pluralizó desde todos los ángulos ideológicos la contienda, pero eso sí, teniendo cada quien bien en alto el aspecto ideológico. Todos los matices entraron en pugna y todos se respetaron sus posturas. En segundo término fue visible la imparcialidad del gobierno actual, su hidalguía antes de la primera vuelta y después, cuando en la segunda triunfó Piñera. Tuvo todas las garantías y casi enseguida el candidato derrotado salió a felicitarlo y apoyarlo desde el primer minuto en su proyecto: primero el País.
Tercero: hubo ardor, pero no atropellos. Se vivieron momentos intensos entre los candidatos, pero no existió la ofensa. Se luchó muy fuertemente por la imposición de cada criterio, cada ideología, cada postura ante la problemática nacional, pero no se conoció un ataque bajo, vulgar, injusto, sinónimo de vergüenza, retrato de una ignominia. Chile demostró en una palabra que la dignidad, la nobleza, la pulcritud siempre estarán por delante cuando se trata de un objetivo común: el destino y la suerte futura de un país.
Nosotros los colombianos debemos vernos en ese espejo. Nosotros que estamos en una cloaca política debemos abrir esa página de concordia y refrendar que una campaña política es un campo ideal para enfrentar ideas, programas, no un escenario envenenado donde prima la bajeza de las armas utilizadas, la humillación, la ofensa deliberadamente preparada, el fanatismo desbordado por la calumnia. No somos un país precisamente ejemplo de conductas altruistas y procesos edificantes: la sola violencia de 55 años llena de crímenes y la cultura del narcotráfico, solamente esto, ya es una carta de presentación bastante deplorable para el mundo. Pero nos empecinamos en continuar esta hecatombe política donde lo único que vale es cómo, cuándo y por dónde derrotamos y aniquilamos al enemigo. El país que se vaya al diablo, los programas, ideologías, planteamientos socioeconómicos que se pudran. El pueblo que siga comiendo tierra y la clase política que siga reventándose entre ellos para seguir en la jugada del poder absoluto y corrompido. Chile no tan lejos nos da una lección que no nos produce ni frío ni calor. Hacemos todo lo posible por parecernos cada día más a Venezuela y recoger alcantarillados que arrojan miserias desde México, Brasil y Nicaragua. Hasta aquí llega el hedor.
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