El candidato Petro es menos malo de lo que sus contradictores señalan y mejor de lo que sus seguidores imaginan. El candidato Duque es más bueno en todos los aspectos de lo que es calificado por sus seguidores y menos malo de lo que imaginan sus opositores.
En el caso Petro, el país pudo apreciar en campaña su obstinación en continuar matriculado en una ideología socialista ya desueta históricamente, con una psicosis comunista trasnochada que ya no tiene operatividad, eficiencia gubernativa ni trascendencia universal. El marxismo-leninismo es hoy día una oda al romanticismo de unos pueblos al este de Europa que no conocieron las libertades modernas. Así lo confirman los fracasos socio-económicos desde el siglo pasado de los regímenes de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a quienes Gorbachov puso una lápida. En América no ha existido un solo país que haya dinamizado su economía social bajo ensayos de este régimen obsoleto.
Aferrarse en pleno siglo XXI a esta ideología que es una caricatura, combatir el desarrollo del capital y su aplicabilidad como generador de desarrollo y progreso, interminablemente demostrado, es un tremendo error de cualquier candidato. Los grandes inversionistas mundiales, las bolsas de valores son dominados por rusos modernos. La economía de mercado potencializa al mundo y permite avanzar hacia la búsqueda de la equidad social. A veces se logra, otras veces no, pero es el mejor camino. Sobre su pasado guerrillero, mejor no tocar este tema en el momento para no alborotar pasiones.
A Petro hay que recordarle que el capital trae empleo, no la confiscación de la propiedad. Las libertades humanas se respetan en los derechos del hombre y del ciudadano, que son oprimidos con el confiscamiento de la propiedad privada. Los estados totalitarios cercenan la iniciativa privada y la libertad de la oferta y la demanda. El Estado opresor es pésimo administrador, pero crea circuitos de poder esperanzados en sueños que nunca llegan.
El candidato Duque tiene también su talón de Aquiles. Lo apoya y promueve un partido político que trae a sus espaldas el turbio récord de tener el mayor número de exfuncionarios indiciados en causas penales. Pero Duque parece limpio, auténtico, busca demostrar que tiene conocimientos y el temple de estadista. Si es como su padre fallecido, nuestro gran amigo, no será un fracaso. Deberá combatir con fuerza la inequidad y la corrupción. Además, ambos –Duque y Petro– son caudillos, líderes, inteligentes, pero para Colombia en este momento, en las circunstancias que vive el país ante los graves problemas que nos aquejan, no hay la menor duda lógica de que Iván Duque es el indicado para comandar el Estado. Tiene además carisma, programa, respaldo político y también su maquinaria, a su modo, indispensable en toda logística política, aquí y en cualquier parte del mundo; tiene cuarenta congresistas que serán su motor para que el Congreso –con las nuevas adhesiones– encuentre un camino a las reformas urgentes en la justicia, la economía, la salud, la educación y los afinamientos en el programa de la paz. Colombia tiene que dejar atrás hoy ese pasado turbio que en todos los escenarios la ha acompañado desde hace más de cincuenta años.
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