Una mujer, en un puesto de salud en el Chocó, habla ante las cámaras mostrando una herida en la cabeza. Con el rostro aún bañado en sangre, explica que los policías la agarraron a golpes. A ella, a su hija y a su esposo, que está a su lado sin hablar mucho, pero evidencia una herida en el brazo. Sofocada en sus palabras dice “Santos, mira lo que estás haciendo con el pueblo chocoano, porque esto es culpa tuya, si tenías las carreteras, los hospitales, la educación como es, no nos pasaba esto”.
El periodista pregunta por la niña y allí está. Tiene el rostro golpeado, pero ese no parece su mayor dolor. Lo peor se refleja en sus ojos, que en ese momento parecen ser los ojos de todos los pueblos del pacífico que sufren en sus cuerpos la represión de la protesta. Está triste, como triste me siento yo hoy, que escribo, llena de impotencia.
La señora dice “Mi hija me la iban a matar, nosotros somos personas de bien, por qué le corren al Clan del Golfo, a ellos son los que deben salir matándolos no a nosotros, nosotros somos personas de bien, estamos es luchando por el pueblo… pero qué verracos son, con nosotras las mujeres y con una niña”.
Y sí, muy verraco Santos y su ejército cobarde de uniformados atacando a familias pobres del Pacífico que exigen lo justo. Muy verraco el Ministro del Interior cuando se sienta en la mesa de dialogo en Buenaventura, pero sabe que detrás de su intransigente y arrogante posición, hay una carta bajo la manga: la represión de la protesta.
En marzo del año pasado el Clan Úsuga hizo un paro armado que afectó a 36 municipios del país. Hostigamientos, amenazas, homicidios, incendio de vehículos y bloques de vías, caracterizaron la jornada que sembró el terror durante dos días. La tensa situación no tuvo la beligerante respuesta que el gobierno ahora sí ha adelantado contra la sociedad civil. Imágenes de video por medios alternativos registraron la entrada de equipos militares al territorio de Buenaventura. Ahora la salvaje guerra es contra el pueblo desarmado. La madrugada del viernes los hombres del Esmad entraron a una comunidad formada por casitas de madera y allí también los niños fueron afectados. Recién nacidos supieron desde muy temprano cómo se sentía la asfixia por los gases de las fuerzas armadas del Estado. Gas es lo que recibirán toda la vida. Van aprendiendo desde chiquitos que si piden lo justo, esa será la respuesta. Van aprendiendo desde chiquitos que esa es la única presencia estatal que conocerán. Van aprendiendo desde chiquitos que ellos no están incluidos en los planes de desarrollo del Estado, más allá que tengan la suerte de cargar bultos en el lomo, mientras llegan a sus casan en calles fangosas, sin agua, sin nada. Van aprendiendo desde chiquitos que el país es indolente, que cuando crezcan otro poco tendrán la mirada de la niña golpeada en el Chocó. Por suerte, no será lo único que aprenderán, porque también sabrán de la resistencia de su gente, la lucha y la dignidad. Sabrán que el pueblo no se rinde.
@ayolaclaudia
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