El Heraldo
Opinión

Demasiado descaro

Siempre escuché que para lograr la paz de Colombia había que hacer ciertos sacrificios. Sin embargo, así como tenía entendido que nos íbamos a tener que “tragar ciertos sapos”, siempre creí, tal vez ingenuamente, que el Gobierno no iba a dejar de ser un Gobierno. Siempre creí que si volvían a delinquir, no iba a ser un ‘quizás, quizás, quizás’ de cárcel colombiana o, en su defecto, de extradición inmediata, sino que pensaba que sería una absoluta certeza. 

Cuando todas las pruebas presuntamente indicaron que el excomandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia alias Jesús Santrich había violado vehementemente su promesa de no volver a ser lo que siempre había sido, un narcotraficante (entre muchas otras cosas más) y el Fiscal General de la nación, Néstor Humberto Martínez, acatando órdenes internacionales, pidió su captura, realmente creí que ese iba a ser un buen momento para probarles a los opositores del proceso que la firma de la paz no significaba que los iba a eximir de por vida, o que nos íbamos a tener que tragar sapos para siempre. 

Lastimosamente su captura y lo que sucedió después de esto logró todo lo contrario en la opinión pública, una que ya se encuentra agotada de tantas mentiras. El vergonzoso papel que jugó el Ministerio de Justicia, el Inpec y ahora, además, la Iglesia católica no tiene presentación. Era un momento clave para mostrar el talante que puede tener un Gobierno de Colombia, el momento para probarle al mundo que en el proceso de paz ‘no habíamos salido perdiendo los que no delinquimos’, el momento para seguir sumando los beneficios de haber acabado con tantos años de violencia, pero la verdad es que no. Y no puedo defenderlo, así haya sido de las que votó por el Sí. 

Santrich en este instante está como ‘la Gata’ de Magangué, o como los cientos de corruptos y delincuentes que una vez son ‘pillados’, se escudan bajo enfermedades, achaques y hasta depresiones, y la vagabundería del sistema judicial (lo siento, no hay manera bonita de ponerlo) se las acolita. Que Jesús Santrich esté en este momento recluido en condiciones tan óptimas no quiere decir sino una sola cosa: ‘quizás, quizás, quizás’ este país no tiene derecho a quejarse de la inseguridad, de los robos, de las corrupciones, de la violencia, pues el que las hace, aquí en Colombia, no las paga. O por lo menos no las paga como tiene que hacerlo. 

Así que sí, a este Gobierno saliente no le tocará lidiar con el tema Santrich, pues ahora, gracias a los recientes actos y al papel que juega la Iglesia católica, se ha convertido en un tema mucho más complejo de tratar. Y por esto debemos pensar con claridad quién es el mejor para tratar este tema, para evitar la impunidad sin hacer trizas todo un documento, que tenga los pantalones bien puestos para no dejarse avergonzar de esa manera y que, por supuesto, no esté inclinado, por sus ideales, a proteger a quienes tanto crimen han cometido por tantos años. 

Porque llegó la hora de la verdad, y yo no sé si ustedes, pero yo quiero dejar de tragarme sapos y empezar a ver cómo caen los que siguen haciendo el mal, pero que, aparentemente, solo terminan pagando rodeados de comodidades. 

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