El Heraldo
Opinión

De nuevo, el canal de acceso

Hace un año publiqué una columna muy similar a la que me encuentro escribiendo ahora, sobre los inconvenientes que enfrenta la navegabilidad del canal de acceso a los puertos locales. Es triste comprobar que este mismo escrito se hubiese podido publicar hace cinco, diez, veinte o cuarenta años; desde que tengo memoria la sedimentación del río Magdalena ha sido un problema. Con recurrencia se culpa al Gobierno nacional por estos asuntos, observando una actitud de indefensión y dependencia ante lo que debería ser nuestro activo más importante, nuestra infraestructura más consolidada. Yo creo que ya, después de tanto tiempo, no vale la pena buscar culpables entre los ministerios, las corporaciones, las unidades administrativas y el sinfín de instituciones que tienen la supuesta tarea de velar por el derrotero del Río. Somos todos los barranquilleros responsables de esta imperdonable situación.

Las características, vulnerabilidades y el comportamiento del calado del canal no son un fenómeno nuevo. Desde que decidimos habilitar la desembocadura del río Magdalena para convertirnos en un puerto marítimo y fluvial, en la década de los años treinta, sabíamos las consecuencias y los problemas a los que nos debíamos enfrentar, dado que había, inclusive en aquellos días, suficiente bibliografía y estudios al respecto. Barranquilla no es la única ciudad del mundo que ha habilitado un río para el ingreso de barcos desde el océano, sin embargo, claramente no hemos asumido el reto con todo el rigor necesario, lo que nos mantiene orbitando desde hace casi un siglo alrededor de los mismos problemas.

Hemos tenido ocho décadas para que nuestros dirigentes, congresistas, industriales, emprendedores, gremios, académicos, comerciantes y todos aquellos que de una u otra forma tienen la capacidad para influenciar sobre las decisiones del Estado –o para impulsar tales temas en la agenda pública (nosotros, los ciudadanos)–  hayan podido lograr el establecimiento de un esquema que permitiese contar con las herramientas para controlar lo que sucede con nuestros puertos. La excusa del centralismo está agotada, reconozcamos que no hemos sido capaces y que desde ese fracaso debemos pensar, de una vez por todas, en una solución sostenible y que sea manejada desde acá, desde la ciudad a la que más le afecta lo que sucede con el río más importante del país.

Ahora, como siempre, salimos a pedir favores a Bogotá, a rogar atención. Seguramente esta crisis, una entre mil, se superará y todo será recordado como una anécdota más, hasta que vuelva la alarma y tengamos que reciclar titulares y volver a empezar. 

Ya basta. Si dependemos tanto de los puertos para nuestro desarrollo, como se repite con frecuencia, es hora de trazar un plan que nos permita administrarlos con autonomía. No se logrará en cinco ni en diez años, pero hay que empezar en algún momento, de lo contrario más nos vale resignarnos a vivir sujetos a la voluntad de quienes deciden por nosotros.

moreno.slagter@yahoo.com

 

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