El Heraldo
Opinión

La vida digna de todos importa

La violencia se evidencia no solo en casos como el asesinato a líderes sociales, sino también en la situación de pobreza de muchos, en el abuso de autoridad del jefe y en el maltrato en la pareja.

25 de mayo, Minneapolis, EE. UU.: George Floyd, guardia de seguridad desempleado por la crisis del coronavirus, compra cigarrillos en Cup Foods donde era cliente habitual y es reportado por utilizar un billete falso, motivo por el cual la policía lo arresta e intenta meterlo en la auto patrulla; al resistirse, comienza el forcejeo. Durante 8 minutos y 46 segundos el policía mantiene la rodilla sobre el cuello de Floyd, causándole su muerte. Cada vez que leo ese relato las lágrimas me superan y una sensación de escalofríos recorre mi cuerpo. No solo por este caso en particular, sino porque es tan solo la punta de un iceberg que trasciende fronteras y llega hasta acá, si hasta acá, a Colombia:

19 de mayo, Puerto Tejada: de acuerdo con el testimonio de sus familiares, al llegar a la puerta de su casa dos policías le llamaron la atención al joven Anderson Arboleda por violar la cuarentena y le golpearon la cabeza varias veces con un bolillo. Al día siguiente fue llevado al hospital, en donde le declararon muerte cerebral.

20 de mayo, Bogotá: Néstor Novoa, vendedor informal de la tercera edad, al intentar ganarse la vida es agredido por un policía mientras otro trata de capturarlo.

20 de mayo, Bogotá: contratista del Gobierno insulta y discrimina a miembros del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), con palabras tales como “porque ellos nunca van a cambiar y van a ser miserables y brutos toda su vida”. 

Nos impresionan y nos generan un fuerte rechazo esos casos; sin embargo, más dolor produce saber que estos son solo unos pocos que se hacen visibles y que son el reflejo de nuestra sociedad. Una sociedad, sin duda, marcada por una fuerte historia de violencia, a la que nos acostumbramos y por lo tanto la hemos normalizado, la aceptamos y la replicamos diariamente. Pero el trasfondo es que no hemos logrado reconocer, respetar y valorar las diferencias, como base para construir un país en el que todos quepamos.

La violencia se evidencia no solo en casos como el asesinato a líderes sociales, sino también en la situación de pobreza de muchos, en el abuso de autoridad del jefe y en el maltrato en la pareja, entre muchos otros. Sin embargo, el mensaje de Nelson Mandela nos llena de esperanza: "Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, por su origen o su religión. La gente aprende a odiar, y si pueden aprender a odiar se les puede enseñar a amar, porque el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario". Por eso cuando EE. UU. hoy grita que la vida de los negros importa, gritemos en Colombia que la vida digna de todos importa y por lo tanto la violencia no puede tener cabida en nuestra patria.

Comencemos por ser conscientes de que los acontecimientos arriba relatados son el reflejo de una violencia arraigada en nuestra sociedad que los mismos colombianos hemos contribuido a mantener por acción u omisión, desde los intereses económicos o políticos, la intolerancia racial y étnica, la creencia de superioridad sobre otros, la manera aprendida de resolver conflictos o la simple indiferencia. Replanteemos esas dinámicas construyendo desde cada uno de nuestros roles, laborales y personales, un país en donde a través del reconocimiento, el respeto y la valoración de las diferencias logremos derribar las barreras con miras a una sociedad equitativa e incluyente donde la vida digna de todos sea una prioridad.

daniela@cepedatarud.com

@DCepedaTarud

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