El tenis siempre fue un deporte que respetó sus orígenes, que amamantó sus principios y que estuvo ensimismado en sus tradiciones. Llamado siempre el deporte blanco porque no permitía en sus pistas que los tenistas vistieran de otro color, el tenis siempre ha obedecido la ley de sus inventores británicos. Y aunque André Agassi, que irrumpió en el tenis como el chico colorín de Nike, se negara a jugar en Wimbledon entre 1988 y 1990 por la obligación de ir de blanco, el tenista estadounidense acabó arrodillándose al All England Club.

Tardó el tenis en revolucionar la Copa Davis, su competición por naciones más valorada. Nacida en 1900 con un match entre jugadores de Estados Unidos y de las Islas Británicas fue ampliando su número de participantes poco a poco, pero el respeto al campeón fue tal que durante muchos años no participaba en eliminatorias y sencillamente esperaba en su casa a un finalista.

Respetar las tradiciones no es malo, y muchas veces resulta enternecedor y hasta romántico. El tenis, como otros deportes, le ha costado cambiar reglas, pero desde que se abrió al mundo profesional ha ido evolucionando. Le costó incluir el tie-break para evitar esos partidos maratonianos que no acababan nunca. Y fue de los primeros en aceptar un VAR, llamado el Ojo de Halcón, la tecnología en las canchas de tenis, para corregir o validar las decisiones de los jueces de línea y del árbitro.

Y, en pleno apogeo de las nuevas tecnologías, el tenis encuentra una fórmula para el renacer de la Copa Davis. Esta competición estaba anclada en un formato que apenas generaba ingresos, que provocaba pocas expectativas en las grandes estrellas, y que apasionaba poco a sus aficionados.

Este fin de semana, esta Copa Davis pega sus últimos golpes con la disputa de las semifinales del grupo mundial, entre Francia y España, y Croacia-Estados Unidos, y las últimas eliminatorias del grupo en las que Colombia juega con Argentina. En noviembre se jugará la última final. A partir del 2019 la Davis será como un Mundial de Fútbol, que reunirá a 24 naciones, y ofrecerá al campeón 20 millones de dólares, tanto como los torneos del Grand Slam. El contrato que ha firmado la ITF, que repercutirá positivamente en todas las federaciones, con el grupo Kosmos es por 25 años y la inversión es de 3.000 millones de dólares. Eso sí que es un cambio.