Quienes tienen la gentileza de seguir mi columna habrán podido advertir que no suelo escribir sobre asuntos políticos. Al tratar de descifrar las problemáticas urbanas, el tema que más frecuento, en ocasiones debo referirme a los administradores públicos, o hacer comentarios que señalan alguna ley o decreto, pero en términos generales evito opinar sobre ese complejo mundo, tan lleno de misterios, secretos, lealtades y deslealtades. Desde que empecé a escribir en este espacio decidí dejar tales análisis a quienes tienen un conocimiento más profundo y directo de esas cuestiones, no está uno para aventurarse demasiado en territorios que desconoce.
Sin embargo, no he podido ignorar el tono y la virulencia del proceso electoral que va a elegir nuestro próximo presidente, sus incomprensibles posturas y en general la forma ciega en la que muchas personas han decidido, no seguir ideas o programas, sino entregarse a caudillos redentores. A pesar de mi prudencia al entrar en el farragoso mundo de las redes sociales y los medios de comunicación, resulta inevitable encontrar toda clase de propuestas y razonamientos que se alejan de cualquier lógica, acaparando, en cambio, el ámbito de lo inverosímil, lo necio y lo irresponsable. Sobre esto quiero sentar una opinión, con el atrevido propósito de entregar algún elemento que ayude al lector a formarse su propio criterio.
Colombia es un país imperfecto. Necesitamos trabajar sostenidamente para mejorar varias de las cosas que nos impiden llegar a niveles de calidad de vida que se consideren aceptables. Pero también debemos tener claro que Colombia no está al borde de un colapso, ni viene desmejorando especialmente, ni es un caso excepcional. Es este un país, como muchos otros, que poco a poco va avanzando por la senda del desarrollo, con obstáculos, retrocesos y frustraciones, pero en general con mejoras que son medibles y comprobables. Hoy estamos mejor que hace veinte años y mucho mejor que hace cincuenta.
Es por esto que debemos tener extremo cuidado con las propuestas que quieren un agresivo sacudón institucional para nuestro país. Voy a explicarme. Si una persona sufre de alguna dolencia común, digamos una gripa o un resfriado, ningún médico sugerirá que el remedio sea el trasplante de ambos pulmones, una operación que arriesga mucho más de lo que ofrece. En ese sentido creo que hay propuestas, en especial las de la izquierda más decidida, que están sugiriendo algo parecido a la metáfora que he expuesto: una intervención desmedida, riesgosa e imprudente para un país que no necesita reinventarse por completo para mejorar. Esas posturas planean descuadernar lo que hemos logrado, que no es poco, para perseguir unos ideales que podrán ser deseables en su sentido más abstracto, pero que no comulgan con nuestras posibilidades actuales ni con nuestra realidad. Hago entonces énfasis en el cuidado que nos merece la situación, evitemos votar por quienes proponen jugar con cosas que no tienen repuesto.
moreno.slagter@yahoo.com
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