La carretera entre Cartagena y El Carmen de Bolívar la están reparando, así que en distintos tramos toca esperar a que den paso. Nos sobró tiempo para mirar el paisaje, para imaginarnos esos Montes de María en otros días, con muchachos armados de tantos bandos sembrando el terror de muchas formas. Llovía a cántaros. Con la lluvia esas lomas se ven más espesas, más inciertas, más verdes. Da dolor saber que en una tierra tan generosa corrió tanta sangre, de tantas formas, con tantos responsables.
Llegamos a El Carmen poco antes de las 4 de la tarde. Allí estaban las víctimas de detenciones arbitrarias acusadas de rebelión que se atrevieron a contar su historia a Dejusticia para que las publicaran en el libro Que nos llamen inocentes. La portada es una ilustración de un grupo de campesinos con los rostros tristes, con las manos inmovilizadas en sus espaldas, atrás los uniformados subiendo a algunos a un camión. Con ellos un encapuchado, como se usaba, un informante con la cara cubierta para no ser identificado. En lo que Uribe vendió como una decidida lucha contra la insurgencia, hubo realmente una estrategia de comunicación para sembrar el terror y para hacerle creer a la gente que estaba ganando la guerra, falsos positivos de crímenes extrajuicio al mayor y al detal. También hubo una larga lista de falsos positivos judiciales, gente inocente que fue capturada. Le pagaban 50 o 100 mil pesos a los informantes por cada guerrillero que entregara. Ocurrieron todas las arbitrariedades del mundo.
Los informantes iban por los pueblos entregando gente: es aquel, la señora de allá, el señor de sombrero, un juego azaroso, a dedo, iba arrancándole la vida de los campesinos. Sin ninguna prueba más que el señalamiento, los capturaban y los mandaban para cárceles en Cartagena. Duraban días o meses presos, lo suficiente para que nada fuera igual. Salían libres porque no había razones suficientes para mantenerlos detenidos, pero tuvieron que lidiar con los difíciles días en un penal, los injustos señalamientos y el miedo posterior, ese miedo de que una vez puestos en libertad terminaran con una bala paramilitar en la cabeza. Así le pasó al profesor Alfredo Correa De Andréis, su detención arbitraria e injusta lo condeno a la muerte cuando los paramilitares de ‘Jorge 40’ le quitaron la vida.
La mayoría de los relatos de los campesinos detenidos arbitrariamente hacen énfasis en el momento en el que llegaba la prensa. Entonces los policías o los soldados los obligaban a posar frente a la cámara y al día siguiente sus rostros estaban en los periódicos o en los noticieros nacionales. Enorme responsabilidad le cabe al periodismo de este país, se ha pasado años usando la fuente oficial sin contrastar, sin buscar la verdad, siéndole funcional a la barbarie.
Luis, Felipe, Héctor, Manuel, Guiber, José María, Emilse, Manuel, Eduardo, Gregorio, Edwin, Germán, Edilberto, Eduardo, Gina, Rafael, Erasmo, y dos señores que aún no quieren decir sus nombres, son inocentes. Como ellos, otros tantos.
@ayolaclaudia
Ayolaclaudia1@gmail.com
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