La competencia que se da en el debate político para la elección de mandatarios tiene un significado muy particular. Se trata de exponer ante los futuros electores distintas alternativas para manejar los asuntos públicos. Esta sana competencia exige a quienes compiten realizar los mejores esfuerzos y presentar propuestas que realmente respondan a las demandas de la sociedad que quieren dirigir. A su vez, a quienes votarían también se les demanda un mínimo de análisis para tomar la mejor decisión a la hora de votar.
En las elecciones de octubre se escogerán a los mandatarios regionales y por ello es fundamental analizar la trascendencia de sus resultados. Una de las brechas de desarrollo más grandes y más preocupantes que tiene Colombia es la que existe entre sus regiones. El desarrollo de Colombia ha sido históricamente muy desigual y así como hay núcleos de modernidad, también hay grandes extensiones que viven en franco rezago social, económico y político. No se entiende en sí lo que significa la democracia, sino que simplemente el voto es un negocio para una población necesitada.
Las seis regiones en que se ha dividido el país presentan profundas diferencias sobre los niveles de desarrollo alcanzados, que se traducen en colombianos viviendo en niveles muy distintos en términos de acceso a derechos y calidad de vida. Pero además, la regionalización de la política que se logró con las elecciones locales de sus mandatarios ha dado lugar a esos gamonales, a esos clanes que se han adueñado del manejo de amplios sectores del país, no siempre con la transparencia y el éxito que se requiere. Nadie quiere el centralismo, ¿pero es esta descentralización la que se merecen las regiones?
Se requiere entonces que lejos del unanimismo, unos pocos candidatos apoyados por todos los grupos políticos, haya competencia en las próximas elecciones de mandatarios locales. De otra manera, solo se consolidarán aquellos que menos esfuerzos harán por presentar alternativas novedosas. Y así, continuarán los problemas no resueltos, que siguen siendo muchos.
Si estos planteamientos son válidos en general, lo que está sucediendo en la Región Caribe merece particular atención. Así, en Barranquilla, se haga caso omiso a esta realidad, el empobrecimiento de esta parte del país debe estar en la mente de quienes se han adueñado del poder económico y político de esta región. El desarrollo no se puede seguir quedando en las capitales de estos siete departamentos como está sucediendo actualmente y menos en una sola de sus ciudades: Barranquilla. La responsabilidad del liderazgo regional exige que la pobreza, la concentración de la riqueza y del poder político se vean claramente como un freno a la posibilidad de hacer del Caribe colombiano una zona donde esos inmensos bolsones de pobreza y miseria se acaben. Este tema debe estar en el debate político y solo sin unanimismo se lograría. Faltan candidatos de todas las corrientes para que la competencia logre que lleguen los mejores y no los de siempre.
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