Finalizó la Semana Santa y empezó el debate político que termina con la elección de mandatarios departamentales y municipales. Por ello es hora de reflexionar sobre lo que pasará en el departamento del Atlántico antes de que esas discusiones sobre este tema sean inútiles. Es bueno insistir en lo que significa la democracia y, aunque sorprenda, es hora de recordar sus principios básicos. Uno de ellos es la renovación. La diferencia fundamental con sistemas autoritarios es precisamente que no permanezcan eternamente ni personas ni grupos políticos manejando los asuntos públicos. 

Vale la pena traer a colación una reflexión que se viene planteando en América Latina a raíz de regímenes que se eternizan en el poder. Como se acabaron las dictaduras militares, la nueva fórmula de algunos mandatarios es hacerse elegir permanentemente, utilizando el voto para disfrazar su irrespeto a la verdadera democracia. Se pierde algo sustantivo, el debate político. Es decir, la sana confrontación de ideas entre diferentes candidatos de manera que el elector tenga alternativas para elegir a quien consiga las mayorías. Esta discusión viene al caso, porque como lo han planteado algunos medios de comunicación, en Barranquilla y en el Atlántico ya se sabe de antemano que un solo grupo político pondrá los candidatos, prácticamente sin competencia. 

Independientemente de los buenos resultados que pueda mostrar la Casa Char, que nadie se los niega, no es sano que desde hace tiempo no surge ninguna opción distinta cuando de elecciones políticas se trata. ¿Por qué se han acabado las alternativas? Se supone que ninguna ciudad ni ningún departamento es homogéneo con relación a sus ideas y por eso es el ejercicio de la política lo que permite que esas diferencias naturales en ideas y manera de administrar la cosa pública se resuelvan en unas elecciones abiertas y realmente democráticas. 

Es obvio que debe haber diferencias en esta parte del país, pero por qué no son visibles, por qué no compiten. A quien más le convendría esa competencia es precisamente al grupo político que ha manejado este poder por muchos años, porque le asegura más legitimidad. Puede no tratarse de que los poderosos de ahora frenen a propósito el surgimiento de nuevas ideas, pero sin duda algo sucede que amerita analizarse. Lo que puede estar pasando es que la combinación de todo el poder económico junto con el poder político consolidado se convierte en una fuerza imposible de vencer por parte de candidatos que no cuenten con todas esas posibilidades. Es decir, se pueda tratar de un típico caso de auto exclusión. Ante semejante concentración de poder en un solo grupo político no vale la pena salir a competir. 

Esta situación es grave porque no se confrontan distintas formas de manejar la ciudad ni el departamento. La popularidad de este grupo político es innegable, pero eso no justifica aceptar que solo ellos pueden manejar un departamento como el Atlántico y una ciudad como Barranquilla.  

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