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Opinión

Vivir sin propósito

Para Aristóteles, todo va de la potencia al acto. Desde esa óptica, no hay ninguna acción que carezca de vida.

Mucho antes de nuestra llegada al mundo, ya el mundo habla del propósito que debe albergar en el interior de cada ser humano. De la importancia de tener proyección en la vida. De la necesidad de trazar un plan estratégico que nos conduzca hacia el éxito, la felicidad o cualquier otra cosa tan desconocida como lejana, casi utópica. Cuando nacemos, todos esperan algo de nosotros. De nosotros, que en un principio no somos nada o, a lo mejor, lo somos todo.

Hace unos días vi ‘Soul’, una nueva producción de Pixar (Disney) que  avivó en mi alma esta sensación que siempre he tenido: La base de una vida no es su propósito, es la vida en sí misma. La historia animada de un profesor de música entrado en años que no ha alcanzado nada de lo que soñó desde niño nos lleva a la reflexión de que tal vez no nacimos para llegar a ser, sino, simplemente, para ser.

Aristóteles entendía el fin o finalidad como la intención en la que uno se enfoca, de la mano de la ética y en torno a la producción de algo, en un sentido meramente ontológico. Según la lógica aristotélica, el principio de finalidad se inscribe entonces en lo espiritual, ese pedazo de cielo donde la libertad es la que ordena y donde no es otro que un «ser intencional» el que elige los medios para llegar hasta determinado fin.

Si la sociedad no estuviera llena de condiciones, ¿qué sería de cada uno de nosotros? Reglas y normas, valores, estereotipos, cánones de belleza, estilos de vida que apuntan hacia la perfección, estándares sociales que marginan, ideologías racistas y segregadoras… Ante todo eso, es comprensible que pensemos que no hay otra opción más que seguir las líneas trazadas por el hombre y caminar hacia dónde nos lo indiquen para no perder el norte porque, además, nos han dicho que el sur no es bueno.

Como a casi todos, a Joe Gardner (protagonista del filme) la muerte le sorprende de forma despiadada, mordaz. Justo cuando empezaba a disfrutar la vida, porque tendría la oportunidad esperada por tantos años, todo desapareció para él. Y, de momento, solo quedó la estela de una existencia que no fue bien vivida, porque nunca logró aquello que anhelaba. Al caer por una alcantarilla destapada, todo se fue al fondo, incluso aquello que Joe creía no tener.

Para Aristóteles, todo va de la potencia al acto. Desde esa óptica, no hay ninguna acción que carezca de vida, porque antes que ser en materia, cada cosa que existe lo es en esencia. Y así somos todos nosotros; aunque miles de campañas publicitarias traten de hacernos creer, entre tantas otras cosas fútiles, que la chispa de la vida está en una bebida gaseosa o en un dispositivo digital capaz de capturar las mejores imágenes y conseguir que en la realidad virtual todo luzca aún más bello que en la real.

No creo que, como dijo Goethe por allá en el siglo XIX, una vida sin propósito sea «una muerte prematura»; porque tal vez la muerte esté en pensar que nada es suficiente para ser feliz, o que solo debemos vivir para alcanzar un fin y así darle sentido a lo que somos. El poeta griego Píndaro bien lo decía a los atletas de Atenas: «Llega a ser el que eres». Yo prefiero vivir para eso, ¿y tú?

@cataredacta

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