Genocidio y penitencia
Un indígena es también un ser humano. Y esa es una afirmación que podrá parecer obvia para algunos, pero es importante resaltarla cuantas veces sea necesario, pues no hay razón para que ante nuestros ojos se perpetúe ningún tipo de violencia ni de vulneración de los DD. HH. No hay razón para ser racista en un mundo en el que cada una de las personas que existe es, a su manera, distinta.
En mayo de 2021 fueron hallados los restos de más de doscientos niños en la Columbia Británica de Canadá. En junio del mismo año se descubrieron más de setecientas tumbas sin nombre en la provincia de Saskatchewan. Días después, en Cranbrook fueron encontrados más de ciento ochenta enterramientos. La suma de todos esos hallazgos esboza una desoladora cifra total: mil ciento cuarenta y ocho restos. Detrás de ese número se esconde la horrible historia de los pueblos amerindios. Historia vieja y a su vez reciente. Historia de la que la humanidad no termina de aprender. Quizás porque, cínicamente, se resiste a conocerla.
La visita del papa Francisco a Canadá, o lo que él mismo ha llamado viaje penitencial, es una respuesta al exterminio de niños indígenas del norte del continente americano entre 1883 y 1996. Las tumbas no marcadas, halladas en cercanías a donde funcionaban los internados para menores de esa comunidad, son un doloroso reflejo de la estructura equivocada sobre la que se han levantado casi todas las sociedades del mundo. Más de ciento cincuenta mil pequeños fueron brutalmente desprendidos del seno de sus familias y llevados por la fuerza a centros de “formación” donde fueron abusados de todas las formas posibles.
Victimarios y testigos de tales atrocidades fueron el Gobierno federal canadiense y la Iglesia católica (entre otras órdenes religiosas), responsable de operar dichas instituciones donde a las inocentes víctimas se les pretendía arrancar a punta de maltrato su naturaleza indígena, la misma que hoy corre por la sangre de tantos y tantas que hipócritamente se niegan a aceptarlo. Abuso físico, mental, sexual… todo eso pasó por más de cien años allí. Y nadie dijo nada.
Apenas en 1982 los derechos de los aborígenes fueron reconocidos en la Constitución canadiense; sin embargo, mientras la ley diga una cosa y el grueso de la población conciba ideas absurdas como las que asemejan a un indígena con un ser inanimado, seguiremos sumidos en un atraso sistémico. Un indígena es también un ser humano. Y esa es una afirmación que podrá parecer obvia para algunos, pero es importante resaltarla cuantas veces sea necesario, pues no hay razón para que ante nuestros ojos se perpetúe ningún tipo de violencia ni de vulneración de los DD. HH. No hay razón para ser racista en un mundo en el que cada una de las personas que existe es, a su manera, distinta.
Según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá, más de seis mil niños fallecieron en esas instituciones infernales administradas por la congregación de la Santísima Trinidad. Destrucción cultural y asimilación forzada. Atropellos horrorosos contra el pueblo indígena. Transgresión de la identidad. Repulsión contra la diferencia. En una sola palabra: racismo.
En su peregrinación de desagravio, el papa Francisco ha dicho: «Quisiera repetir con vergüenza y claridad: pido perdón humildemente por el mal que tantos cristianos cometieron contra los pueblos indígenas… Estoy dolido». El horror vivido por los métis, los inuit y las Primeras Naciones se resume en dolor y vergüenza. Hoy, cuando escribimos una nueva historia, es tiempo de resarcir el daño y abrazar la diversidad.
@cataredacta
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