La famosa escritora belga Marguerite Yourcenar decía que “el problema del mundo es político, social y moral, pero es más social que político y más moral que social”. Toda sociedad se basa en una concepción política de la justicia, que orienta los actos de los individuos y sus relaciones con respecto a las instituciones. Si no hay justicia no podemos aspirar a una buena sociedad.
En esto días he sentido que allí van quedando, poco a poco en el olvido, las tragedias de los policías muertos y heridos; mientras tanto, al ritmo de las cumbiambas con sus trajes luminosos, las deslumbrantes carrozas y las espectaculares orquestas, se va atenuando el dolor de la tragedia. Pareciera que ya en Colombia, ante tanta atrocidad, nos acostumbramos a protegernos del dolor como si nada hubiera ocurrido.
Las manos asesinas –alimentadas por el narcotráfico mezclado con la insurgencia– siguen sometiendo a los colombianos al miedo, la amenaza y el terror.
Si usted me preguntara cuál es el principal problema del país, yo diría que “la justicia”. Porque es la estructura básica de la sociedad, y los datos nos dicen que no está funcionando.
El candidato presidencial Germán Vargas señaló que “la delincuencia extrema ha llegado a unos niveles alarmantes, ya que de 3 millones 500.000 delitos que se cometen en el país, solo 1,5% son judicializados y terminan en una condena efectiva”. El psicólogo Humberto Rosanía, en su investigación doctoral, nos muestra los resultados del índice global de impunidad, IGI, (2015) que estudió 53 países y ubica a Colombia en el tercer lugar de impunidad, solo superado por México y Filipinas. Estos datos me hacen recordar una frase de Álvaro Gómez Hurtado cuando, al referirse a la impunidad, decía que la actividad menos riesgosa en el país era la delincuencia. La prueba maestra de su frase es que su asesinato sigue en la más oscura impunidad.
El problema de la justicia en Colombia no es solo tema de jueces y abogados. Es conocida la forma paupérrima en que los encargados de la justicia punitiva desarrollan sus labores, y la cantidad inmensa de trabajo que deben desplegar ante tanto delito. El tema es más profundo que un problema de eficiencia. Debemos configurar una concepción política de la justicia que no solo se refiera a la estructura básica del régimen democrático, sino también a una visión comprensiva del valor de la vida humana.
No se trata de construir una sociedad de ángeles. Freud nos enseñó que todos llevamos dentro de nosotros un orangután, instintivo y perverso, al que hay que controlar internamente mediante nuestro desarrollo moral, y externamente a través de la justicia.
Mientras suenan los tambores y los acordeones del Carnaval, fiesta para homenajear la vida, la alegría y la amistad, no dejemos de pensar en el sentimiento de dolor de todos los amigos y familiares de los policías víctimas. La vida sigue, y hay que seguir pugnando para guiarnos por el faro de la justicia; y así poder hacer pleno uso de nuestros derechos democráticos que alejen la violencia de nuestras vidas.
joseamaramar@yahoo.com
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