El Heraldo
Opinión

Carnaval al otro lado del Atlántico

Estos días he vuelto a recordar mi estancia hace tres años en el sensacional Carnaval de Barranquilla. Tengo grandes recuerdos de esa escapada desde el pleno invierno europeo al calor húmedo del Caribe, aunque en el interior de muchos locales volvía a congelarme gracias al uso implacable que hacen ustedes del aire acondicionado. En mi tierra alemana, en Düsseldorf, sufrimos el efecto contrario durante las fiestas de carnaval. En los bares y sitios de baile suele haber un calor soporífero provocado por la calefacción y la masa humana, mientras que en el exterior hay que aguantar temperaturas cerca de o debajo de los cero grados (por lo menos este año nos ahorramos la lluvia o la nieve...).

Pero los paisanos de Renania –Düsseldorf y Colonia son las capitales del carnaval en Alemania, junto con Maguncia– estamos bien acostumbrados a las inclemencias climatológicas, que no nos impiden para nada celebrar durante una semana. Las calles de la ciudad están literalmente tomadas por la multitud vestida en todo tipo de disfraces –casi siempre muy aptos para soportar las temperaturas bajas–. Este año me compré un nuevo atuendo: un uniforme carnavalesco de general con aire de dictador al más puro estilo del patriarca de García Márquez. A principio me preguntaba si esta burla podría resultar ofensiva para la gente en América Latina que ha sufrido en demasiadas ocasiones bajo regímenes militares. Pero entonces recordé el desfile en Barranquilla en el que varias personas iban disfrazadas de guerrilleros y el público lo celebraba.

Así tiene que ser. El carnaval es la época para ver el lado cómico –en realidad tragicómico– de las cosas que hacemos los seres humanos, y especialmente los más poderosos. De ahí, que en el gran desfile del Lunes de Rosas en Düsseldorf primen las carrozas con grandes figuras de cartón piedra que cuentan chistes políticos.

Muy destacada también fue la carroza de la comunidad judía de Düsseldorf, que había elegido como motivo al poeta Heinrich Heine, el hijo más ilustre de la ciudad y de familia judía. Fue la primera vez que la comunidad hebrea participaba en un desfile de este tipo. Durante la época nacionalsocialista había carrozas en las que se ridiculizaba a los judíos en términos antisemitas que excedían con creces los límites de la burla carnavalesca. En su comitiva en Düsseldorf participaba además un representante de la comunidad musulmana. Por un lado, es una señal muy importante y significativa en los tiempos que corren cuando el antisemitismo, la islamofobia y otros tipos de racismo vuelven a brotar. Por otro lado, estoy tentado a pensar que el carnaval no sirve precisamente para destacar nuestras diferencias, sean religiosas, sexuales o raciales, sino todo lo contrario. En estos días locos somos todos iguales, aunque unos vayamos de payaso o indiano, y otros de vampiro o jefe militar. Pero el gesto está bien.

Pero ya acabó la fiesta y me ha dejado con un resfriado y una resaca considerable. Supongo que como muchos de ustedes.

@thiloschafer

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