La cultura está asociada a la identidad, pero ni aquella es estática ni esta es una sola. Al Caribe lo caracteriza la pluriculturalidad. Nuestra riqueza es, justamente, el mestizaje, esa multiplicidad de culturas que algunos desprecian. Y esta identidad colectiva, plural y cambiante, se construye particularmente, o se enriquece, a partir de las diversas expresiones culturales.
En la investigación que adelanté para la exposición La hamaca grande, abierta desde el pasado jueves en la Biblioteca Nacional, me topé con el libro Danzas y bailes folclóricos dominicanos, publicado en 1974 por el folclorista dominicano Fradique Lizardo, el cual trae una fotografía en cuyo pie se lee: “Merengueros típicos de El Cibao”. La foto muestra a tres negros sentados, uno con una guacharaca (conocida como güira), al centro el del acordeón y en la otra esquina el de la tambora. El ritmo merengue del vallenato no es el mismo merengue dominicano, pero hay este interesante uso de los mismos instrumentos en los orígenes de ambos. No solo eso llama la atención: también la ubicación protagónica del acordeón.
En otro libro de publicación más reciente en Santo Domingo, Breve introducción a la cultura dominicana, de José Luis Saez, de nuevo aparecen fotografías, esta vez de entre 1880 y 1930, que muestran a otros músicos con estos mismos tres instrumentos, lo que ratificaría que la música vallenata guarda un parentesco instrumental con la de República Dominicana. Luis Enrique Martínez contaba que fue Abel Antonio Villa del primero de quien supo que usaba el formato del acordeón, la caja y la guacharaca, en la década de 1930. En esa misma entrevista, Martínez dijo también que, en situaciones aisladas, de tiempo atrás se unían los tres instrumentos en eventos como las cumbiambas.
De hecho, como lo recordaba Rodolfo Quintero Romero, tal vez la referencia escrita más antigua de la presencia en la costa Caribe del acordeón, la caja y la guacharaca se encuentre en el libro Indios y viajeros. Los viajes de Joseph de Brettes y Georges Sogler por el norte de Colombia, 1892-1896, compilado por Juan Camilo Niño”. Joseph de Brettes describe allí como huyó de Río Frío, Magdalena, a las tres de la mañana del 15 de febrero de 1896 por culpa de la cumbiamba de los vecinos que no lo dejaban dormir (lo que indicaría también que el tema de los vecinos bulliciosos viene de siempre).
Dice Joaquín Viloria en Acordeones, cumbiambas y vallenatos: 1870-1960: “Es probable que los acordeones que se importaban de Nueva York o de Colón fueran comprados en Alemania, Italia o Francia para luego ser vendidos en el Caribe y otros países de Latinoamérica”. Cada vez me inclino a creer más esta tesis de que el primer acordeón entró a Colombia desde Cuba, Panamá (que aún hacía parte de Colombia) o República Dominicana, y no que llegó directamente desde Europa, como otros afirman (“de la mano de pobladores alemanes”, dicen). En todo caso, fue en el Caribe donde se dio el mestizaje entre los tres instrumentos. Aquello no está documentado, pero esto sí.
@sanchezbaute
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