Escribí en este espacio que el candidato Vargas Lleras tenía derecho a renunciar a su partido para buscar una aspiración respaldada por firmas porque, al margen de lo poco creíbles que resultaban sus razones, no era una apuesta legalmente cuestionable. Ahora bien, una cosa es la legalidad y otra la legitimidad.
Algunas cosas han pasado desde que el exvicepresidente no es el líder nominal de Cambio Radical, todas ellas enmarcadas en el ambiguo discurso que se encargó de repetir en casi todos lo medios de comunicación. Una de las más notorias, precisamente, al sabotaje de su antiguo partido, en cabeza del presidente de la Cámara de Representantes, al proceso de discusión y votación de la JEP.
En efecto, las múltiples excusas de Rodrigo Lara para justificar los retrasos a un debate tan definitivo han estado plagadas de la misma ambigüedad que ahora parece ser la herramienta preferida de su otrora jefe político: que la hora, que el artículo del reglamento, que el acta, que el quórum. Nada serio. Nada que no ayude a confirmar que Cambio Radical y sus miembros activos en el Parlamento siguen obedeciendo las órdenes del candidato “independiente”.
Es un juego muy pueril el que juega Vargas: todo el mundo sabe que no existe la tal separación del partido que ayudó a consolidar, en nombre del cual fue senador y candidato presidencial. Pero él cree que, por obra y gracia de la estupidez de los votantes colombianos, todos nos tragaremos el cuento de que ahora él no tiene nada que ver con la maquinaria electoral, con las maniobras en las corporaciones públicas a favor o en contra de los temas que le interesan, con las renuncias de los ministros que actuaban como su cuota, con la responsabilidad que aún le atañe en los avales otorgados a funcionarios investigados y condenados por toda clase de crímenes.
Pero, además de ingenuo, el juego de apartarse de un partido que no da un paso sin contar con su aprobación es poco serio y también peligroso, porque le puede costar el éxito de la carrera hacia la Casa de Nariño. En todo caso, no produce confianza en algunos de sus seguidores, quienes siempre lo admiraron por ser un tipo franco y orgulloso de la fuerza política que había construido durante décadas con mano firme, olfato y sentido pragmático.
No basta con que Vargas Lleras asuma ahora la extraña postura de decir, cuando le pregunten por el desastroso e inmoral apoyo a Oneida Pinto y a Kiko Gómez, por las maniobras saboteadoras de Lara, por las renuncias de los ministros de Cambio Radical, por los vínculos del Fiscal General con ese partido, que él ya no tiene nada que ver con eso y que le trasladen los cuestionamientos a sus directivas.
El cálculo político no siempre es suficiente. Por eso, abandonar de manera ficticia un partido que sigue trabajando bajo sus instrucciones para tratar de convencer a los votantes de que esa simple acción administrativa lo apartará automáticamente de las responsabilidades, de los afectos, de los vínculos, puede costarle la Presidencia a Vargas Lleras, el candidato “independiente”.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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