Kandinsky. Extraño nombre que lanza ring rines a la memoria. Memoria de impactantes abstractos plenos de color. No estaba preparada para la historia que acompaña a los doce lienzos que reinan en el Museo Guggenheim de Nueva York. Es que Kandinsky es la razón misma de la existencia física del museo. Un devoto coleccionista de arte contemporáneo, Salomón Guggenheim, sintió en un momento de 1930, la necesidad de que la gente de Nueva York conociera estas obras.
Frank Lloyd Wright, el arquitecto más famoso de los Estados Unidos, fue el escogido para diseñar el albergue para Kandinsky.
Parada en la acera de la quinta avenida, frente al edificio del Museo, el efecto es asombroso. Como de otra dimensión. Pienso en las enormes serpientes enrolladas, de las que te asustan cuando caminas por la Avenida de los Muertos, en Teotihuacán. No sería el primer artista que mirara con interés la escultura pre-hispánica. Henry Moore, y su Figura Reclinada, muestra la visión directa del Chacmool azteca (Museo Antropológico de México).
Wassily Kandinsky nació en Moscú en 1866 y murió en Francia en 1944 (vivió las dos guerras mundiales). De familia acomodada estudió música, chelo y piano. Abogacía y etnografía. Sus padres lo llevaron a viajar por toda Europa y desde niño habló cuatro idiomas. Kandinsky cuenta en su diario que sufrió de pesadillas, ansiedad y depresiones. Que solo cuando pintaba, la pintura lo “sacaba” de esta realidad angustiosa hasta que no se sentía a sí mismo.
Experiencias que se presentaron durante la adolescencia y que Kandinsky interpretó como la influencia de algo más, algo espiritual, en el proceso físico de pintar.
Fue un abogado exitoso a los 26 años y ganó una beca para Vologdia (Urales) y estudiar los pueblos vulnerables de la región. En su diario dice: “los colores me alarmaron. La gente parecía cuadros vivientes de color en dos piernas.
Las casas eran milagrosas como canciones pintadas. Entrar a esas casas me revelo como entrar a una pintura”. Es un sentimiento de absorción que lo marcó toda su vida. Quería crear pinturas que obligaran al espectador, a olvidar, a salir de la vida terrestre y entrar a una dimensión espiritual conjurada por sus pinturas.
Rusia fue crucial para su vida, su arte y su identidad. Kandinsky mantuvo su herencia rusa, presente en su obra. Cuando salió de Rusia, por las persecuciones, Moscú fue para él una fuerte mezcla de nostalgia, amor, despecho y romance
Encabezó una cruzada contra los valores tradicionales de su época y escribió su sueño de conseguir una mayor fuerza espiritual a través de los poderes transformadores del arte. De lo espiritual en el arte (1912) un manifiesto que conmociono a Alemania y a Múnich, centro cultural de la fecha con sus declaraciones. (El ejemplar de la biblioteca esta amarillo de lo viejo). Kandinsky es hoy uno de los pintores más importantes del Siglo XX.
No es la primera vez que tenemos relación con el Museo Guggenheim. En 1960 -1966 llegaron a Barranquilla, dos funcionarios del Museo. Thomas Messer (director emérito del Gugg) y Cornell Capa, (fotógrafo de Life) Investigaban la historia y la situación de los pintores latinoamericanos. El primero fue Alejandro Obregón y naturalmente hablaron con el ‘Cabellón’, que no pintaba, sino que escribía y hablaba emocionado porque la lista de Messer incluía a muchos de los participantes en sus bienales del 59, 60, 63. El resultado fue un bellísimo libro con los más importantes pintores de América Latina: La Década Emergente.
Esquirla. La Revolución Rusa (1917) está cumpliendo Cien años y el Centro Colombo Americano lo celebra con la proyección de clásicos como Octubre y el Acorazado Potemkin.
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