Al margen del atroz tuit del senador Uribe –uno más–, en el cual justifica el asesinato de un ser humano, el caso de Carlos Alberto Areiza expone la debilidad de nuestro sistema penal y la indolencia que impera en nuestro talante de sociedad inacabada.
No existe otro país en el mundo –salvo los regímenes totalitarios y las tierras de nadie– que tolere con tanta desfachatez el cinismo de los criminales, sus constantes desafíos a las instituciones, su desprecio por una justicia que saben incapaz, temerosa, cómplice.
Las más o menos publicitadas causas penales en las que están comprometidos el expresidente de los crocs, su familia y sus amigos personales y políticos, son apenas una pequeña muestra de una práctica que parece legitimarse gracias a la inoperancia de los agentes del Estado. Aquí los testigos se desaparecen, se mueren y, en el mejor de los casos, se retractan o son aquejados por repentinos ataques de amnesia. Y no pasa nada.
Por eso, porque son evidentes los riesgos, y nunca pasa nada cuando termina ocurriendo lo inevitable, es que las denuncias escasean y las pruebas testimoniales se diluyen en manos de investigadores, fiscales y jueces. No hay valentía, ni entereza, ni valor civil suficientes como para entregar la vida propia o la de la familia, en nombre del deber ciudadano, del arrepentimiento genuino o de la búsqueda de beneficios jurídicos: si una persona está segura de que sus señalamientos a un delincuente poderoso terminarán por convertirla en un “buen muerto”, es comprensible que opte por el silencio, que en este caso no es de complicidad sino de supervivencia.
El asunto no es que los facinerosos se cuiden mucho para que nadie sepa de sus fechorías. En Colombia no son necesarios el camuflaje, el ocultamiento, la treta; en este extraño lugar todo el mundo conoce los delitos de todo el mundo y son muy pocos los que exponen su pellejo contando la verdad. ¿Para qué lo van a hacer? ¿Para que no condenen jamás al acusado? ¿Para que los presionen con los eficaces métodos de la mafia? ¿Para que amenacen a sus hijos y a sus esposos y a sus padres? ¿Para que los acribillen en una esquina cualquiera?
Los testigos convertidos en “buenos muertos” hacen de Colombia el escenario ideal en el cual el crimen se ejerce en la más absoluta tranquilidad.
Y claro, no ayuda para nada que el senador involucrado en tantas cosas, acusado de tantas cosas, investigado por tantas cosas, sospechoso de tantas cosas, y condenado por ninguna, utilice sus madrugadas para redactar o compartir (da lo mismo) mensajes que justifican la barbarie. Porque su gente le cree con la ceguera de los feligreses, y en este mismo momento, mientras usted lee lo que yo he escrito, a millones de personas de este país les parece que los cementerios están llenos de cadáveres necesarios.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
Más Columnas de Opinión
¿Qué hacer con las tarifas de energía en la región Caribe?
Las altas tarifas de la energía en el Caribe son un problema social. La afirmación de que mes a mes cientos de miles de familias comen o pagan la luz no es lejana de la realidad. El recibo se puede llevar la cuarta parte de los ingresos de las f
Un faro de esperanza para la juventud
En medio del vendaval de desafíos que enfrenta la juventud contemporánea, marcada por la sombra ominosa de trastornos mentales que irrumpen cada vez más temprano en sus vidas, surge la necesidad imperiosa de tenderles una mano firme, de ofrecer
Café entre Evas
“Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el camino, aguantando juntas. ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas? ¿Qué sería de las mu
Para el Descanso
La revisión de los titulares de prensa, o de cualquier otro medio de comunicación, se ha convertido en una seguidilla de sobresaltos. Quizá sea porque en estos tiempos todo se actualiza permanentemente, o porque la dependencia del clic induce l