Llega fin de año y los equipos tienen como prioridad elegir y, ojalá, acertar en la contratación de los jugadores para reforzar sus nóminas con miras al próximo torneo. No es tarea fácil porque, no solo se trata de evaluar unas características y un rendimiento futbolístico, sino también otras dimensiones profesionales y humanas del jugador para que, en lo posible, se pueda minimizar el margen de error que siempre existe, aun tratándose de grandes figuras.
A veces se nos olvida, pero siempre es bueno recordar, que no se contratan jugadores máquinas para jugar al fútbol, se incorporan seres humanos que juegan al fútbol y que convirtieron este juego en su profesión. Y con ellos sus imperfecciones dentro y fuera del terreno de juego. Claro que lo primero que se tiene en cuenta para acordar el arribo de un nuevo refuerzo es su nivel de juego, su recorrido, sus virtudes y la coincidencia de su función en el campo con la necesidad táctica del equipo. Luego, o al tiempo, se consideran los aspectos que tienen que ver con la profesionalidad del jugador. Dentro y fuera de la cancha. Una vez, el jugador está vinculado a la institución, es imprescindible que empiece a generarse un compromiso. Que rápidamente conecte su objetivo con el del club, y sienta que son compatibles y que vale la pena luchar por alcanzarlos porque el beneficio es para todos. Para el club y para él.
La primera señal que da el jugador comprometido tiene que ver con el esfuerzo que hace para adaptarse. Al clima, a la comida, al estilo de vida de sus compañeros, al modelo de juego del equipo etc. El jugador que da serios indicios de estar comprometido no pretende que el equipo y su historia se condicionen a su manera de ser, jugar y vivir. Todo lo contrario, él se esfuerza al máximo para adaptarse. Pero el compromiso no se agota en eso, el jugador debe avanzar y mostrar una lealtad a su técnico y compañeros y en general a toda la institución, acompañada esta por una evidente disponibilidad para ayudar.
Un jugador comprometido ayuda, sirve, auxilia. La indolencia desenmascara al mal integrante de grupo e impide el compromiso. Y por último, y quizá lo más difícil para consolidar el compromiso, es que el jugador debería estar dispuesto a hacer concesiones personales para beneficiar al equipo.
En un medio narcisista e individualista y competitivo, anteponer el espíritu cooperativo hasta ese límite no es fácil. Compleja tarea la de los equipos: contratar buenos jugadores y que sepan comprometerse.
Al final quiero desearles sinceramente, a EL HERALDO y a los lectores de estas desordenadas líneas futboleras. Feliz 2018.
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