Comenzó el Festival de Primavera, que enmarca la celebración del Año Nuevo Chino. Se dio inicio al año 4717 del calendario tradicional chino, en el que cada año corresponde a un animal de los doce que conforman el zodiaco. El que empieza estará regido por el cerdo, el último de los animales del horóscopo que, de acuerdo con las creencias tradicionales, son determinantes en la configuración del carácter de los nacidos bajo su influencia. Según los pronósticos, y debido a las características del cerdo, es un ciclo de prosperidad, reconciliación y relajación; vienen buenos tiempos para los nacidos en este año, pero también para el resto de los signos. Por supuesto, esto para quienes conciben el mundo como una serie de eventos que están ligados entre sí en una realidad latente, aunque poco comprensible. Porque la concepción de un universo que está conectado, esa apertura a las casualidades significativas o “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero no de manera casual”, (C. Jung) no interesa mucho en Occidente. En Colombia, como en gran parte del planeta, la realidad no parece ir mucho más allá de los espejos de los baños o de las pantallas de los celulares, por lo cual, en lugar de estar expectantes por lo que nos traiga el cerdo, lo natural es que estemos resignados a subsistir en esta infinita era del camaleón donde padecemos cotidianamente una realidad como la descrita por Eduardo Galeano en El sistema/2, de El libro de los abrazos.
“Tiempo de camaleones: nadie ha enseñado tanto a la humanidad como estos humildes animalitos. Se considera culto a quien bien oculta, se rinde culto a la cultura del disfraz.
Se habla el doble lenguaje de los artistas del disimulo. Doble lenguaje, doble contabilidad, doble moral: una moral para decir, otra moral para hacer. La moral para hacer se llama realismo.
La ley de la realidad es la ley del poder. Para que la realidad no sea irreal, nos dicen los que mandan, la moral ha de ser inmoral”.
En razón de la complicada situación del país, otra significación de cerdo (“persona malintencionada o sin escrúpulos”) bien podría haber definido el carácter de los colombianos. No obstante, los artistas del disimulo, los maestros de la doble moral, han ejercido una influencia todavía más contundente. Es Colombia un país de camaleones que se reproducen asombrosamente. Es así como el gobierno de turno –pese a los discursos de campaña, y a los continuos señalamientos en contra del gobierno anterior en los que apoyaron su propuesta de construir “la Colombia que soñamos”– hoy parece confirmarse como una prolongación de la era camaleónica.
No se explica de otra forma el doble lenguaje, la doble moral mostrada frente a casos tan delicados como el Odebrecht, o el que hoy comienza a revelarse finalmente en Hidroituango. O en el apoyo dado al fiscal Néstor Humberto Martínez, señalado públicamente como artista del disimulo por excelencia.
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